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Mujeres cabales

Soledad Gallego-Díaz

Algunos economistas consideran que la incorporación masiva de la mujer al mercado laboral ha sido uno de los grandes fenómenos económicos de este siglo, un elemento básico sin el que no hubiera sido posible el enorme incremento de la productividad registrado en los países del mundo desarrollado ni el consiguiente nacimiento de las sociedades postindustriales que hoy conocemos. Si el siglo XX nace, como opina la mayoría de los historiadores, tras la I Guerra Mundial, el siglo XX es, por encima de cualquier otro signo, el de la presencia de la mujer en sectores productivos en los que había estado siempre ausente. La aparición del proletariado cimentó nuevos movimientos políticos, como los inspirados por Marx y Bakunin, y también nuevos movimientos sindicales. La incorporación masiva de las mujeres como mano de obra barata dejó rápidamente de manifiesto que se enfrentaba a tres tipos de discriminación: política (no tenía derecho a voto), jurídica (los códigos civiles, incluso penales, subordinaban sus derechos a los del hombre) y económica (cobraba menos por idéntico trabajo y no tenía acceso a ciertas áreas de decisión). Frente a esta discriminación nació el sufragismo (que reclamaba el derecho a voto) y, posteriormente, el feminismo.Por eso, resulta tan ridículo que aún hoy haya hombres (e incluso mujeres) pretendidamente cultos que se avergozarían de decir en público que no saben nada de marxismo, pero que reconocen graciosamente su desconocimiento del feminismo. Probablemente, forman parte del mismo grupo de tontos que considera simpático decir que es "un poco machista", pero que se dolería si alguien le acusara de ser "un poco racista".

El feminismo ha ayudado a que la sociedad en su conjunto fuera consciente de las discriminaciones de que es objeto la mujer y a que muchos hombres y mujeres ayudaran a ir eliminándolas, no sólo a través de la educación y de sus actitudes en la vida cotidiana, sino también a través de la modificación de las leyes, pero incluso entre ellos existen cuestiones que levantan ampollas. La principal sigue siendo el tema de las cuotas. El pasado día 3, Vicente Verdú, en este mismo periódico, criticaba la propuesta del PSOE de reformar la ley electoral para obligar a todos los partidos a incluir en la lista de candidatos un mínimo del 40% de mujeres.

Es probable que Verdú tenga razón cuando cree que la propuesta del PSOE es fruto de simples cálculos políticos (en sus 12 años de gobierno no dio muestras de tanta preocupación) pero aún así el tema de las cuotas no debería despacharse tan fácilmente. Verdú parece estar seguro de que "a las mujeres cabales debería formárseles un nudo en la garganta cuando alguien se alza hoy en su defensa explotando su pretendida condición de menor" y que resulta difícil "imaginar una mujer hecha y derecha que no reciba con aprehensión un privilegio político bajo la única coartada de ser mujer".

A algunas mujeres, que sin duda somos "hechas y derechas" e incluso desearíamos ser "cabales", no se nos forma el menor nudo en la garganta cuando defendemos la existencia de cuotas. Es más, no nos parece ningún privilegio político, sino una forma (discutible, pero eficaz) de moderar el privilegio de ese 80% de diputados hombres que repite una y otra vez en las listas, con el argumento de que si no hay más mujeres es porque no quieren o no tienen tantos méritos. El hecho es que el Congreso de los Diputados ha pasado, en veinte años, del 6% de mujeres a un 17%, y que el incremento de diputadas se produjo sólo cuando el PSOE e IU implantaron en sus listas cuotas mínimas del 25% y 30%, respectivamenre.

Quizás dentro de otros 20 años, gracias a los nuevos modelos educativos, se llegue a un Congreso con un 30% de mujeres, pero ni tan siquiera eso es seguro: la realidad demuestra que en los últimos años, en España, no se está produciendo un avance en la incorporación de la mujer en áreas de decisión, sino un estancamiento y, en algunos sectores, un retroceso. Cierto que, por ejemplo, hay más mujeres jueces, pero ¿por qué no llegan al Tribunal Supremo o al Constitucional? La experiencia, sobre todo en los países nórdicos, llenos por lo que se ve de hombres paternalistas y "chicas despistadas", demuestra que el problema se corrige manteniendo el sistema de cuotas durante algún tiempo en los sectores donde no existe una razón lógica para que las mujeres no estén presentes. Como dijo una comisaria europea cuando un jardinero alemán protestó porque, a igualdad de méritos, una mujer logró la plaza que él deseaba: "Como jardinero debería saber que se recoge lo que se siembra".

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