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Más de un muerto por día

La Comunidad Valenciana ha llegado, en el primer semestre de este año, a los 194 muertos en accidentes de tráfico, un incremento del 20% respecto al mismo periodo de 1997 y a superar la tasa de una víctima diaria. Esta cifra fría (si no le ha tocado a usted lector, alguien próximo) equivale a reconocer un fracaso colectivo, que al parecer sólo acaba interesando a las familias de los fallecidos y a la Dirección General de Tráfico, empeñada en gastar millones de pesetas destinadas a recordar a la ciudadanía que no hay que matarse con los coches en nuestras calles y carreteras. La única explicación dada, hace referencia al incremento del parque móvil, refrendado por la cifra record de venta de automóviles del pasado junio. En plena época de la revolución tecnológica, sigue vigente el más terrible e irracional de los fatalismos en el trasfondo a este tipo de argumentos, como si esta cadena de sufrimiento y muerte fuera un tributo a pagar inexcusablemente por cualquier situación de bonanza económica. Esta es una actitud inadmisible, y va siendo hora que los ciudadanos y responsables políticos tomen conciencia que otras sociedades próximas están peleando para superar este estado de cosas. Cuando a mitades de la década de los ochenta la sociedad británica se dio cuenta que se estaba acercando a la proporción de un muerto anual por accidente de tráfico por cada 10.000 habitantes (cota que superaremos aquí con creces, si el segundo semestre no es menos trágico) el Ministerio de Transportes decidió que, para finales de los noventa, tenía que reducir a un tercio, la cifra de muertos y heridos, a pesar del incremento de movilidad que se iba a dar en las carreteras. Todas las fuerzas políticas se comprometieron en el empeño y se puso en marcha un programa que haciendo un uso inteligente del palo y la zanahoria, con nuevas legislaciones, mejores instalaciones viarias, aplicación de las nuevas tecnologías y un decidido apoyo a las fuerzas policiales, movilizó a peatones, ciclistas y conductores contra la accidentalidad. Ahora una década después, estos son los datos, recién sacados del horno: referidos a 1997 y tomando como punto de partida las cifras promedio del lustro 1981-85 el incremento del tráfico (medido en vehículos-km) fue del 52%, mientras que el número de muertos pasó de 5.598 a 3.599 (-36%), y el de heridos graves de 74.533 a 42.967 (-42%). Estas cifras no son flor de un día, ya que han sido logradas escalonadamente, tanto con administraciones conservadoras como laboristas. La ministra encargada de la gestión de las carreteras, la laborista baronesa Hayman, tuvo el detalle de no caer en la propaganda política, cuando las presentó hace pocas semanas: "No hay motivos para la complacencia". Una manera muy británica de decir que la batalla no ha terminado ya que prepara nuevas medidas, por impopulares que sean. Como ejemplo, la avanzada fase de estudio por parte de la Administración, de la introducción de un mecanismo que haga conocer al coche, el límite de velocidad de un determinado tramo de carretera que de alguna manera le impondrá esta limitación (la tecnología tanto de comunicaciones como mecánica está disponible). Si las expectativas de las investigaciones actuales se confirmaran, con su uso los accidentes podrían reducirse en un 35%. El coraje de los políticos se mide por la talla de sus objetivos y la vitalidad de las sociedades por su capacidad de enfrentarse a sus problemas, con los recursos disponibles en cada momento, los tecnológicos entre ellos. Aquí en Valencia tenemos uno que se nos va de las manos, casi 400 muertos en la carretera en un año y no parece que nadie quiera enfrentarse a él, ante el doble fatalismo de la inevitabilidad del accidente y la prepotencia del automóvil. Dudoso cierre de un semestre: muchos coches vendidos, demasiados muertos en las carreteras y ninguna reacción política conocida.

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