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LA CRISIS RUSA

Clinton no logra zafarse del fantasma de Lewinsky

El fantasma de Monica Lewinsky ha perseguido a Bill Clinton hasta Moscú. No se trata sólo de que el ultranacionalista Vladímir Zhirinovski le pida que se divorcie de Hillary y se case con la chica con la que tuvo una "relación impropia". Ni siquiera de que en la calle de Arbat se vendan matrioscas (muñecas múltiples) que muestran las caras de algunas de sus amantes, reales o supuestas. Lo peor es que se ha visto obligado a pronunciarse públicamente sobre el asunto, algo que no hacía desde el pasado 17 de agosto. Y lo ha hecho para aclarar que no piensa volver a pedir perdón, porque cree que ya expresó entonces su "profundo pesar a todos aquellos que resultaron heridos".La cuestión se planteó por dos veces en la rueda de prensa conjunta con Borís Yeltsin que puso fin a la devaluada cumbre moscovita, y aunque no perdió la compostura, no pudo evitar un leve carraspeo antes de decir lo que, muy probablemente, no fue fruto de la improvisación.

"He reconocido", señaló, "que cometí un error; dije que lo lamentaba; pedí perdón; he pasado mucho tiempo, bien aprovechado, con mi familia las últimas dos semanas, y manifesté que iba a volver al trabajo. Creo que es eso lo que el pueblo norteamericano quiere que haga y, a juzgar por mis conversaciones con líderes de todo el mundo, creo que eso es lo que quieren también que haga, así que lo voy a hacer".

Clinton intenta zanjar el asunto con permiso del fiscal Kenneth Starr, que no suelta su presa, y aduce dos motivos: que hay numerosos "temas importantes en el mundo y en casa" a los que debe dedicar sus esfuerzos y que no desea ver a más gente "afectada por este proceso o atrapada en él".

Al menos cuenta con el respaldo de su esposa. Hillary no habló ayer en Moscú como una esposa amante y afectuosa, pero sí como una socia que está dispuesta a defender a toda costa la empresa común. "Trabajamos mucho juntos en muchas áreas", afirmó la primera dama norteamericana. "Lo hemos hecho durante unos 27 años, desde que nos conocimos en la Facultad de Derecho, y hemos empleado mucho tiempo en proyectos comunes y en cuestiones que nos preocupaban a ambos". Una colaboración que, según aclaró la esposa del presidente, ha continuado con la llegada de Bill Clinton a la Casa Blanca.

Hillary ha desarrollado en Moscú un programa propio, casi siempre acompañada por Naína Yeltsin, con la que evidencia un contraste sólo comparable al de los dos presidentes. Naína, como casi todas las esposas de líderes rusos o soviéticos (a excepción de Raisa Gorbachova), tiene ese aspecto de matrona, tan poco sofisticado como a veces entrañable, que debería dejarla fuera de los rumores de intrigas familiares en el Kremlin que circulan por doquier.

Ayer, la esposa del presidente ruso creyó conveniente asegurar que no tiene influencia sobre las decisiones de su marido. Algo que puede resultar creíble, pero no lo que dijo a continuación: que pasa lo mismo con su hija, Tatiana, asesora presidencial. "Borís Nicolaiévich", aclaró Naína, "no nos hace caso. Es preciso hacer un gran esfuerzo para que escuche, y yo no lo he conseguido todavía". Pero su hija sí, de ser cierto lo que se dice y se publica continuamente de que es el mejor, cuando no el único camino para acceder al líder del Kremlin.

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