Evitar el iceberg
En el ocaso de este largo y cálido verano domina un clima económico finisecular asimilable al del Titanic. La escena se sitúa con los ricos bailando en un salón belle époque seguros de su éxito; los menos afortunados lo hacen en las sentinas, y los responsables técnicos, confiados en su invulnerabilidad, ignoran la realidad y sólo recomiendan calma. Mientras tanto, el barco se va hundiendo...El símil es sin duda exagerado, porque no parece que hayamos chocado todavía con el iceberg. Ahora bien, nos estamos acercando peligrosamente a él, con la propagación de la crisis financiera que se inició en Tailandia, se extendió como un tifón por todo el sureste asiático, provocó un cambio de régimen en Indonesia, la caída del Gobierno japonés, la irrupción de China en el tablero financiero mundial, y en agosto, la devaluación salvaje del rublo ruso, así como la agitación especulativa en varios países latinoamericanos.
A pesar de los desmentidos, sus repercusiones están llegando a las bolsas europeas y americanas afectando a los sistemas financieros tanto por la creciente acumulación de riesgos como por su incidencia comercial. Una moratoria rusa y una depresión japonesa van más allá de las crisis económicas y democráticas de los países recién industrializados.
En esta tesitura, las apelaciones a la calma, si no van acompañadas de respuestas rápidas y decididas, no pasan de ser un signo de impotencia. Cierto es que la previsión económica está todavía entre las rogativas y la meteorología, pero en el fondo lo que está ocurriendo tiene mucho más que ver con la confianza y la capacidad de dar respuestas eficaces con mecanismos adecuados.
La tan traída y llevada globalización significa que estamos todos en un mismo barco, porque nuestras economías son cada vez más interdependientes. Así, China exigió a los EEUU acentuar su presión para frenar la devaluación del yen japonés, so pena de devaluar su renminbin; más recientemente, la caída de la Bolsa de Francfort está muy ligada al grado de exposición de la banca alemana en Rusia y al temor de que pueda pasar algo similar en Venezuela. Frente a esta crisis de confianza, los remedios tradicionales equivalen a tratar un infarto con cataplasmas. La consabida medicina liberal de los recortes impositivos como panacea universal no produce efectos en un Japón superahorrador que necesita sanear un sistema financiero en profunda crisis; las píldoras del FMI -denominado sarcásticamente en Moscú el "Gosplan del Potomac"- no consiguen estabilizar una potencia nuclear sumida en un capitalismo de rapiña, en la que el Estado es incapaz de recaudar impuestos. Peor aún es la situación de países que habían dado pasos sustanciales hacia la modernidad, que se ven penalizados por la venalidad y corrupción de sus dirigentes con retrocesos a niveles insoportables de pobreza o incluso, si están bien gestionados, tienen que concentrar sus esfuerzos en una estabilización inacabable.
Globalización significa que estamos en una economía global con nuevas oportunidades y ventajas, pero también con nuevos desafíos y riesgos. El problema es que no existen reglas civilizadas que definan y ordenen su funcionamiento. En estas condiciones, la apelación al mercado, sin más, supone consagrar la ley del más fuerte o del más osado. En la Unión Europea llevamos, con bastante éxito, casi cincuenta años construyendo el marco y las instituciones de un mercado regional. A nivel mundial, las organizaciones existentes datan de la posguerra: el FMI, el Banco Mundial, la OIT, y, tras muchos años de bloqueo, la OMC no corresponden ya a las exigencias de los tiempos. Una de las razones de que cunda el pánico es que el FMI se ha quedado sin fondos para intervenir en caso de nuevas crisis; incluso el Congreso de los EEUU se niega a aportar los ya comprometidos. ¿Cuál es la responsabilidad de la Unión Europea en este contexto? En mi opinión, decisiva en varios planos. Ante todo, su propia filosofía de organización del sistema económico y financiero es la que mejor responde a los desafíos de la globalización. Aunque ésta no fuera la razón originaria del Mercado Común, por una feliz paradoja de la historia su creación, consolidación y ampliación han generado prosperidad y estabilidad económica para todos sus miembros. Ahora, tras una laboriosísima gestación, el euro va a nacer, o mejor dicho existe ya, porque se da por descontado que representa a una comunidad solidaria con un banco central. En esta situacón, no basta ya con pavonearse diciendo que somos la primera potencia mundial en lo económico y comercial; tampoco debemos dejar al presidente Duisemberg capear solo el temporal. La Unión Europea, tras el esfuerzo de saneamiento de la convergencia, tiene que ser la locomotora económica mundial en el próximo futuro. Los EEUU se acercan al fin del ciclo y Japón tardará tiempo en superar su crisis.
La Unión Europea tiene, pues, que adoptar medidas que progejan al naciente euro y ayuden a estabilizar la situación mundial. Ésa es una responsabilidad compartida de la Comisión y el Consejo Ecofin, que deben definir un plan urgente de actuación conjunta ante las instituciones internacionales. La segunda iniciativa sería proponer la celebración de una Cumbre sobre globalización en 1999. La situación presente no se puede resolver con la lógica del G-8, requiere que se sienten juntos los poderosos con los líderes de países de todos los continentes y niveles de desarrollo. Lo que se hizo en Río y Kioto para medio ambiente debe de hacerse con mayor razón en el campo ecómico y financiero.
De esta cumbre deberían salir compromisos de actuación y reforzamiento de las instituciones mundiales, ligando la acción del FMI, la OIT y la OMC, que iniciará entonces la ronda del milenio. El instrumento que las puede coordinar está en las recomendaciones del informe sobre "Gobierno global" de reforma de la ONU: la creación de un Consejo Económico de Seguridd, que tendría la responsabilidad de asegurar la paz y la estabilidad en la economía mundial. Puede parecer irrealista, pero lo que no tiene sentido es seguir el baile mientras nos dirigimos a toda máquina y a ciegas hacie el iceberg de la crisis...
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