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FERIA DE SAN SEBASTIÁN DE LOS REYES

Dos plátanos

En lugar de pitones los toros tenían dos plátanos. Entiéndase: no dos plátanos entre todos sino cada uno. Seis toros a dos plátanos por barba hacen 12 plátanos, que son muchos plátanos. En caso de ser plátanos de Canarias harían dos kilos, gramo más o menos. Pero su aspecto no cuadraba con esa denominación de origen. Teniendo en cuenta el tamaño de los toros, sus plátanos darían en conjunto el kilo, sisa incluida.Los llamaban toros y es mucho decir. Los españoles, ya se sabe: siempre dados a la exageración. El español de pura cepa no se para en barras y si, por ejemplo, llovíó, adjetivará: "Más que cuando enterraron a Zafra"; si comió a satisfacción dirá: "Me puse como un choto con dos madres". Y así.

Torrestrella / Luguillano, Rivera Ordoñez, José Tomás

Toros de Torrestrella, impresentables: chicos, mochos, inválidos.David Luguillano: dos pinchazos caídos, pinchazo hondo y rueda de peones (silencio); bajonazo (oreja). Rivera Ordóñez: pinchazo y estocada; se le perdonó un aviso (silencio); estocada trasera ladeada (dos orejas). José Tomás: pinchazo y estocada; se le perdonaron dos avisos (dos orejas); dos pinchazos -aviso- y estocada ladeada (ovación). Rivera y Tomás salieron a hombros. Plaza de San Sebastián de los Reyes, 28 de agosto. 3ª corrida de feria.

El taurino es una categoría de español especialmente dotado para la hipérbole que, en su versión, puede alcanzar proporciones siderales. Igual para lo positivo que para lo negativo. Ejemplo de exageración negativa: "Ha metido una estocada en el sótano" -y la estocada estaba un palmo al lado de lo tauromáquicamente correcto"-. Ejemplo de la exageración positiva: "Ha salido el toro" -y era un gato-. Las exageraciones, en cuanto empiezan, ya no hay quien las pare. Con José Tomás estuvo especialmente exagerado el público de San Sebastián de los Reyes. No todo, pues algunos espectadores ponían en cuestión los derechazos, los naturales, los pases de pecho, las manoletinas que dio y no tanto porque fuesen censurables sino porque tampoco se trataban de la maravilla de la creación.

El relativo acoplamiento que alcanzó en los naturales, el temple aleatorio que imprimió a los derechazos, se correspondían con las características del mal llamado toro (el de los plátanos) que, en realidad, estaba moribundo. Y mal se puede torear, menos aún de maravilla, a un proyecto de cadáver.

Pegarle pases sí se puede. José Tomás lo demostró. Llevaba diez minutos de faena y no se le veían trazas de acabar. Llevaba once y ciñó tres manoletinas que coreó el público con otros tantos griteríos de admiración. Cuando murió el toro había transcurrido tiempo suficiente para que le enviaran dos avisos, pero en vez de eso el presidente le regaló dos orejas.

El triunfalismo orejil se desbocó entonces y las orejas chorrearon incontenibles. A Luguillano le dieron una por su pinturera faena al cuarto, en la que instrumentó dos series de naturales con recorrido y hondura. A Rivera Ordóñez, que ligó par de tandas de derechazos, al cabo de una sesión interminable de lo mismo en la que abusaba del pico, le dieron dos orejas, quizá por no incurrir en agravios comparativos: su estocada sólo quedó desprendida mientras la de Luguillano había sido un descarado bajonazo.

Las faenas premiosas, destempladas y aburridas de Luguillano y Rivera en sus primeros simulacros de toro ya quedaban en el olvido. Y faltaba la apoteosis de José Tomás, que ya se daba por segura. Debía ser en el sexto. Y resultó que el sexto no estaba para trotes.

El sexto -carita de novillejo, platanitos pochos- se daba de morradas y en semejantes condiciones ni pegar pases constituía empresa fácil. José Tomás, cuyas privilegiadas condiciones para el toreo ha demostrado sobradamente, cuajó algunos naturales y derechazos de impecable factura; mas no era eso, no era eso. De todas maneras las orejas las tenía ganadas por simple comparación con sus compañeros de terna y si las perdió fue por no matar a la primera sino a la tercera, mecachis en la mar. El de los plátanos se resistía a morir; si sería borde.

A hombros salieron Rivera Ordóñez y José Tomás, en medio de una explosión de júbilo. A hombros, por haberles pegado pases a unos aplatanados animalitos de Dios, lo cual, al aparecer, constituye una memorable gesta como no conocieron los siglos.

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