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Tribuna
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¿Existió Hitler?

Tengo un amigo al que conozco desde pequeño. Este amigo luce un rostro caucasiano, como dicen en las películas, y un apellido normal, y al afirmar que es normal no especifico si es vasco, castellano, catalán, gallego, etc; digamos que es un apellido que suena a peninsular. Cuando ambos cumplimos dieciséis años, este amigo me refirió un secreto. Era un secreto familiar. Me contó que una rama de su familia había llegado a esta parte del mundo huyendo de los nazis. La razón casi obvia es que parte de la familia de mi amigo era judía. Él se afanaba por explicar que esa parte de la familia se había convertido al catolicismo, y que él, por supuesto, había sido bautizado. Pero también me reveló que a él nadie le había dicho nada sobre el asunto hasta la adolescencia. Incluso me confesó que le habían advertido que no era conveniente hablar de ello con nadie, por si las moscas. Hay una definición que resume la actitud de la familia de mi amigo: miedo semítico. Al principio me extrañó un poco aquel comportamiento, miré a ambos lados inconscientemente, por si hubiera algún extraño escuchándonos. Me sentí perplejo y, por qué no, orgulloso de conocer a alguien cuya familia había escapado a los nazis. Pero, al mismo tiempo, no comprendí del todo la reserva de mi amigo al hablar de ello, si Hitler había sido aplastado hacía tanto tiempo, estábamos tan lejos de Alemania y nosotros ya no éramos unos niños que pudiéramos tomar la palabra judío por un insulto. Pero es que la familia de mi amigo había experimentado en sus propias carnes la persecución, no solamente por parte de la policía nazi, sino de la gente corriente. Ese recuerdo seguía imborrable en su estirpe. Y el caso es que mi amigo ha acabado trabajando en Berlín. Ahora asistimos a la controversia en Alemania sobre el monumento en Berlín dedicado a los judíos muertos en el Holocausto. Gerhard Schröder, candidato socialdemócrata a la cancillería, se ha declarado a favor de aplazar la decisión sobre si se instala o no el monumento hasta que pasen las elecciones en Alemania. Dice que el pueblo necesita más tiempo para debatir el tema, lo cual pone de manifiesto que aún hay heridas sin cerrar y miembros amputados que duelen como fantasmas. También dice que el diseño del monumento no ha sido aún mostrado al público alemán. Pero aunque no ha sido exhibido, ya un 46% de berlineses está en contra, mientras un 44% se muestra a favor. Aún puedo evocar a los cabezas rapadas que armaban el cirio en los mundiales de fútbol. Los periódicos se adornan de cuando en cuando con fotografías de jóvenes nazis en Alemania, cabecitas de aceituna, desfilando en manifestación bajo sus cuadradas pancartas. El Frente Nacional, en Francia, continúa con su lucha, guiado por una festivalera Juana de Arco, símbolo de la pureza gala. Y reconozco la esencia del miedo. Es el miedo a que el germen de un movimiento monstruoso resurja. Porque está claro que la semilla todavía latente de ciertas ideas está enterrada en algún lugar del corazón de la tierra. Lo mismo que después de Napoleón hubo napoleónicos durante mucho tiempo, después de Hitler habrá nazis por muchos años. No sé en qué se basará un poco más de la mitad de los berlineses para justificar su posición contraria al monumento, pero no creo que aleguen, sencillamente, que no les gusta el diseño, porque no lo han visto. Es posible que muchos argumenten que el monumento pueda ser causa de problemas o de disturbios, y que, además, no quieran gastar el dinero del contribuyente en eso. Seguramente, a algunos les parecerá que no es necesario reconocer el holocausto con un monumento caro que será como una paja en ojo propio, algo así como tirar piedras a su propio tejado histórico. Pero sospecho que incluso habrá muchos que negarán que el Holocausto tuviera lugar. Los mismos que no se atreverían a negar que Hitler existió, y que, además, lo afirman con orgullo. Como decía Bernard Lafourcade: "Cuando sospecho, siempre espero, en el fondo, estar equivocado". Por el bien de mi amigo. Y por el de toda la humanidad.

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