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Tribuna
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UN INSTANTE DE FELICIDAD La demolición

Un hombre sale por la puerta de una casa que van a derribar. Cuestión de días. El edificio de al lado ha caído ya y las que fueron paredes maestras muestran hoy su antigua intimidad violada: restos de papel pintado y de pintura, el clareo todavía de algún cuadro. De una de las paredes cuelga un ojo con un grafito inteligible: "A una pared sin ventanas la llaman ciega y lo ha visto todo". El hombre que sale por la puerta lleva muchos años en la casa -lóbrega- y sólo espera el telegrama que lo saque de allí y le indique en cuál de esos edificios nuevos, luminosos y vulgares, va a vivir ahora. La demolición de la memoria está muy penada. Felicidad es responsable y aplaca cuanto puede sus episódicas demandas malignas; pero la boca se le hace agua ante la certeza de que las excavadoras se abrirán paso a través de esa casa sucia y muerta que ahora tiene enfrente y a través de otras casas más allá hasta llevar la luz desde el puerto a la calle del Carmen. Ama la demolición. No necesita coartadas morales. Ni siquiera a ese hombre que sale de la oscuridad. Una vez aprendió, además, que se olvida menos lo que se derriba que lo que se maquilla. Trabajos de la Rambla del Raval. Calles de Cadena, Sant Jeroni, Sant Pau y Sant Antoni de Pàdua.

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