¿Consenso?
VICENT FRANCH I FERRER En el reparto de papeles que la lógica del sistema impone al binomio gobierno/oposición marcar la diferencia es la pieza obligada de la minoría que aspira a sustituir a la mayoría gobernante. Sin embargo, el mismo sistema se asienta sobre otro presupuesto no menos inherente al mismo: el consenso. Es sobre esta base que se construyen reglas de juego compartidas y espacios de contradicción abierta entre los actores políticos. La conservación del sistema y de los beneficios que su estabilidad permite a los actores políticos significativos hace que en las estrategias de estos el cálculo de los riesgos del disenso y el cómputo de los costes de un consenso acrítico ocupen buena parte de su trabajo estratégico. El modo de existencia político de los valencianos y los vectores del sistema de consenso/disenso se diseñaron mediante el pacto constitucional y, después, con el estatutario. Un buen número de asuntos colectivos quedaron constritos y a la vez legitimados por normas ampliamente asumidas que, no obstante, dejaron en el soma del pueblo valenciano, en el día a día áspero y duro contenciosos de perenne incidencia que configuraron un molde estable de desavenencias cuyos resultados habrían llevado finalmente a asumir nuevos riesgos para conseguir achicar los ámbitos de controversia. El pacto político a propósito del conflicto lingüístico debe calificarse como un avance sobre la zona del disenso hasta ahora innegociable, y constituye un hito de cuya existencia deberán desprenderse otros beneficios para la ampliación del ticket de los activos identitarios que han de figurar en el capital simbólico y práctico colectivos. En su génesis y en el parto a que asistimos, la lógica de las compensaciones políticas, lo que en propiedad debe identificarse como coste político del consenso, está afectando a aspectos derivados del conflicto principal cuya realidad arroja datos para el desánimo: Lo ocurrido con la sustitución del nombre de Enric Valor para bautizar el Instituo de su pueblo natal, Castalla, deja al descubierto que los gestos concomitantes con la salud del reciente pacto están aun lejos de producirse, y que en la periferia del acuerdo, que es todavía la mayor parte del espacio social, determinados hechos responden a la lógica anterior al pacto, a lo de siempre. Por ello, lo que se dice y se denuncia estos días suena a amarga evidencia de que los nuevos modos necesitarán mucha energía política y social y no precisamente el recurso a la bunquerización o a la estricta ley de una de cal y otra de arena. Valor paga ahora algo que no tiene nada que ver con su excepcional obra narrativa y gramatical; un débito que otros le imputan a cuenta del estancamiento político de sus recientes aduladores, de quienes le exhiben ahora como trofeo por plazas de toros y manifestaciones, libando de su generosa humanidad un elixir que convierten en fármaco equivocado para la paz cultural y el consenso que necesitamos para salir de esta miseria que nos hace vulnerables como pueblo con futuro. Pero no es menos cierto que las nuevas circunstancias exigen decisiones gubernamentales de verdad coadyuvantes a lo que supone el esfuerzo político y civil concretado en la Ley que creará la Academia Valenciana de la Llengua. No sólo palabras. En aras del necesario consenso, y del estricto e indiscutible mérito cultural de Enric Valor debería haberse evitado lo que se avecina, es decir, de nuevo el atrincheramiento binario que entorpece la comunicación diáfana y leal entre los valencianos.
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