Huyamos
Sólo desde un candor impropio de la profesión periodística al final de este milenio se puede especular con el quizás al relacionar los últimos bombardeos norteamericanos con los apuros seminales del presidente Clinton. Sólo desde una aplicación excesiva de lo periodísticamente correcto se puede deshojar la margarita de si los bombardeos han obedecido a una voluntad seria de acabar con el terrorismo islámico o de acabar con la caída de los índices de popularidad del presidente Clinton. Lastimosamente, cuando los presidentes de Estados Unidos bombardean a terroristas islámicos, suelen ser ex socios estratégicos; ya pasó con Sadam Husein, y vuelve a encarnarse la trágica tragicomedia en el caso del millonario que contribuyó a acabar con el comunismo en Afganistán y a instaurar a los talibán. Si en lo que respecta a los apuros de Clinton, prisionero de su cámara oval y con el férreo marcaje de la señorita Lewinsky y de su previsora madre, podríamos recurrir a una dolorida sonrisa como recurso, la noticia de que los bombardeos han entusiasmado a la mayoría de los norteamericanos debe hacernos mirar urgente, angustiosamente hacia los seis puntos cardinales, incluidos el de abajo y el de arriba, en busca de un nuevo imperio más que de un nuevo emperador. Porque si en el imperio que nos rije está dominado éticamente por una mayoría de pirados belicistas armados desde que gatean, sólo nos queda pedir socorro desde la evidencia de que nadie puede respondernos, ni siquiera el señor Solana, que un día de estos va a tener que movilizar a la OTAN para echarle una mano a Clinton o a cualquier sucedáneo cuando se descubra que otras becarias futuras no han enviado a sus madres sus propios vestidos inseminados, sino la mismísima ropa interior del señor presidente en un estado a todas luces impropio.
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