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SEMANA GRANDE DE SAN SEBASTIÁN

Un toro

Salió un toro en cuarto lugar y era el primero de la feria. Luego la feria de la Semana Grande de San Sebastián empezó con la aparición de ese toro. Era domingo, ocho de la tarde. Y llevábamos desde el martes, día en que se inauguró la plaza. Cinco corridas y media, 24 ejemplares sin hechuras, sin trapío, sin edad aparente, sin fuerza, sin resuello, sin la codicia que es característica esencial de la casta brava.

Luego, portavoces de diversa laya, venían con excusas: ésta plaza nunca fue torista, llevaban 25 años San Sebastián sin toros y se debe ser condescendiente; los nervios de la inauguración, ya se sabe....

Mucho morro, que diría el poeta. La feria de San Sebastián ha sido un calco de otras ferias, del montaje en que una cierta mafia ha convertido la fiesta de los toros. Nos echamos a la cara las reseñas de los festejos del Día de la Virgen -el más taurino del año- y siempre viene la misma canción: en Málaga, novillos flojos; en la Maestranza, toros blanduchos; en Gijón, la mona; en Las Ventas, con todo su toque de primera plaza del mundo, inválidos.

Victorino / Mora, Tato, Liria

Toros de Victorino Martín, muy desiguales de presentación : 4º - manso dificultoso - y 5º - de excepcional boyantía -, con hechuras; resto, chicos, de escaso trapío, flojos y mansurrones en genral, aunque con casta y nobleza.Juan Mora : estocada corta perpendicular, rueda de peones - aviso - y dobla el toro (oreja con minoritaria petición); pinchazo, otro bajísimo y estocada (división). El Tato: bajonazo infamante (división; dos pinchazos, otro hondo descaradamente bajo, rueda de peones - primer aviso-, media, cinco descabellos - segundo aviso - y descabello (silencio). Pepín Liria: estocada caída y rueda de peones (aplausos y saludos); media ladeada, aparatosa e insistente rueda de peones, dos descabellos y se echa el toro (palmas) Plaza de Illumbe, 16 de agosto. 6ª y última corrida de feria. Tres cuartos de entrada.

A ver quién explica esto. A ver quién asume la responsabilidad de que todos los toros de todas las corridas de la vida hayan de salir inválidos.

Y así ocurre que, de repente, aparece un toro -cuarto de la corrida de Victorino Martín, sin ir más lejos- y se hace el amo. También era manso y cundió el pánico. Se hizo presente Carlos Gutiérrez, hermano y peón de confianza de Juan Mora, y dio un sainete. Echó el capote, manteó crispado, regateó lo suyo, corrió despepitado como si llevara detrás el diablo y entró por la tronera del burladero a la velocidad punta del Talgo.

La lidia entera transcurrió de similar tenor. El manso huía de los caballos, la acorazada de picar le pegó duro cuantas veces tuvieron ocasión, las cuadrillas trapaceaban jadeantes ejercitando la brega que debió ser usual en la prehistoria de la tauromaquia, durante el azaroso banderilleo hubo desbandada general, y cuando el toro llegó al tercio de muerte ya sabía euskera.

Juan Mora lo muleteó con insistencia por ambos pitones, ensayando unos derechazos y unos naturales que entre su continuo rectificar y la facilidad para los idiomas que tenía el toro, no podían resultar de mediano fundamento. Pero su voluntarioso afán era evidente y se le agradecía.

Venía Juan Mora a Donosti con las ilusiones renovadas. El torero que entró en declive hace unos años, toreó estupendamente durante algunos pasajes de su faena al primer victorino, cuyo temperamento era totalmente opuesto al que luego saldría cuarto. Chico y noble el toro, humillaba mucho y Mora pudo embarcarlo según mandan los cánones. Mejor por la derecha. Pues mientras por la izquierda -al natural- hacía ese toreo aflamencado, efectista y fuera cacho con que solía remedar el arte trianero, por la derecha cargó la suerte, embarcó en redondo, ligó los pases y recreó el más puro toreo que se haya visto en la feria.

Ya no habría más toreo a lo largo de la tarde. El Tato, a unos toros magníficos -su segundo, de excepcional boyantía-, los estuvo pegando pases hasta el agotamiento; unos pases de espantosa vulgaridad; pases que para perpetrarlos se colocaba fuera cacho, alargaba el brazo, metía pico, embarcaba a la lejanía. Y, además, mató al tabernario estilo, una de las veces cobrando un infamante bajonazo, perseguible de oficio.

Precipitado y a guantazos con el arte toreó asimismo Pepín Liria. Pareció darle igual que uno de sus toros sacara corta embestida, pastueña el otro, pues les aplicó igual faena, que consistía en manejar la muleta cual si fuese el trapo de quitar el polvo, correr, sudar.

Salió un toro y lo registrarán los anales de Illumbe cuando se escriba su historia. Claro que a lo mejor lo meten en la crónica negra. Pues, por lo visto, los responsables de esta plaza no quieren que salga el toro. El gato y gracias. Es la singular forma que han tenido los taurinos de honrar la Semana Grande de San Sebastián, 25 años después.

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