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CRÓNICA EN VERDE.

Un regalo del Guadalquivir

Desde hace ya una década, el movimiento ecologista andaluz viene reclamando la protección de algunos emplazamientos singulares del paisaje regional. Por su reducido tamaño y heterogeneidad, este tipo de enclaves no se ajustan a figuras de uso común, como parques naturales o reservas, por lo que deberían estar amparados bajo la denominación de monumentos naturales, opción que, aún prevista en la legislación ambiental, no se ha usado hasta ahora en Andalucía. Algunos de los lugares que se han barajado en distintas ocasiones como merecedores de esta distinción son de sobra conocidos, como el Tajo de Ronda (Málaga), el pico del Veleta (Granada), la Peña de Arias Montano (Huelva) o la Isla de Sancti Petri (Cádiz). Otros, como la Encina de los Perros (Sevilla) o los Sotos de la Albolafia (Córdoba), unen a su valor natural una especial significación afectiva para los habitantes del entorno. Por último, los hay, como el Arrecife-Barrera de los Bajos (Almería) o la Bríncola de Río Frío (Jaén), poco conocidos fuera de los círculos conservacionistas. El caso de los Sotos de la Albolafia es especialmente llamativo, ya que se trata de un verdadero oasis de vegetación y fauna silvestre, de apenas 24 hectáreas de extensión, situado en pleno casco urbano de Córdoba. En un tramo del meandro que el Guadalquivir dibuja a su paso por esta ciudad, justo en la zona histórica en la que se levantan los monumentos más sobresalientes, crece una densa vegetación ribereña, que también ha colonizado algunos islotes y sirve de refugio a una variada comunidad de aves. Este paisaje, donde se combinan naturaleza y arte, se ha convertido en una de las imágenes características de la ciudad. Antonio Leiva, Gloria Parejo y Juan Aragonés son los autores de un completo trabajo en el que se detallan los principales valores ambientales de los sotos y se hacen distintas propuestas para su conservación. La obra ha merecido el premio de medio ambiente que anualmente convoca la Universidad de Córdoba. De forma muy resumida, estos biólogos proponen integrar el río en la ciudad sin despreciar sus valores ambientales, porque hasta ahora, explican, algunas de las propuestas que han venido de las administraciones "eran auténticas barbaridades, elucubraciones de todo tipo que iban desde la construcción de una pequeña Disneylandia hasta la celebración de competiciones náuticas". La vegetación de los sotos se concentra en la margen derecha, donde crecen álamos, eucaliptos, olmos, tarajes y ailantos. Ya en contacto con el agua abundan las eneas, carrizos y juncos. Las construcciones existentes pueden compararse a rocas artificiales en las que se han instalado especies que gustan de estos soportes como higueras o hiedras. Las aves acuáticas son las que mejor aprovechan todo este soporte vegetal. Hasta 40 especies diferentes han censado los autores del trabajo, la mayoría de ellas invernantes, aunque también las hay sedentarias que completan todo su ciclo vital, incluida la delicada reproducción, sin abandonar este oasis urbano. Entre las más abundantes se encuentran el avetorillo, el martinete, las garzas reales e imperiales o las garcetas. Las garcillas bueyeras, que en 1982 sólo sumaban en este tramo de río una veintena de ejemplares, han terminado por colonizar algunos árboles de la ribera, convertidos así en pajareras (al estilo de las existentes en Doñana) en las que llegan a concentrarse más de 6.000 individuos. La expansión de esta especie está relacionada con la abundancia de alimento que les brinda el cercano vertedero de basuras urbanas, a escasos diez kilómetros del río, lugar al que también acuden gaviotas reidoras y sombrías cuyas poblaciones, igualmente ligadas al Guadalquivir, han llegado a superar los 30.000 ejemplares. Más del 70 % de las aves censadas se encuentran protegidas, y algunas -como el calamón o el morito- están incluidas en el Catálogo Nacional de Especies Amenazadas, argumento que estos biólogos consideran "más que suficiente para reclamar la protección de estos hábitats". Mientras no exista una disposición legal que garantice la conservación de esta zona húmeda, los autores del trabajo consideran necesaria una estricta vigilancia, ya que en los sotos !se registra un trasiego incontrolado de personas que se dedican a la pesca, el pastoreo o la caza furtiva de aves!. Y, en cualquier caso, la declaración de monumento natural debería ir acompañada por un programa que sirviera para acercar este espacio a los ciudadanos, instalando, por ejemplo, un aula de naturaleza en el viejo Molino de San Antonio, pendiente de restauración como otras construcciones similares

Monumentos en suspenso

La Consejería de Medio Ambiente no termina de encontrar la fórmula para sacar adelante un primer inventario de monumentos naturales. Ya lo intentó a comienzos de 1996, cuando llegó a elaborarse un primer listado que incluía dos o tres enclaves por provincia hasta sumar más de una veintena de propuestas en toda la región. El proyecto quedó en suspenso y ahora se trabaja en un nuevo documento para el que no existe un plazo definido de ejecución. Distintas asociaciones ecologistas han presentado ya sus propuestas, algunas de ellas avaladas por los consejos provinciales de medio ambiente. También las universidades andaluzas, y algunos investigadores a título particular, han remitido sus sugerencias a la administración, lo que ha permitido contar con una completa y variopinta lista de candidaturas. La ley define los monumentos naturales como "formaciones de notoria singularidad, rareza o belleza", o bien "formaciones geológicas, yacimientos paleontológicos y demás elementos de la gea que reúnan un interés especial por la singularidad e importancia de sus valores científicos, culturales o paisajísticos". En cualquier caso, pequeños enclaves que, a veces, pueden reducirse, sencillamente, a un árbol centenario o a un cerro de singular historia. Esta heterogeneidad es una de las dificultades a las que se enfrentan los especialistas de la administración, ya que sería necesario buscar algún patrón que unificara a todos los monumentos que, en principio, solo comparten el pequeño tamaño del territorio que ocupan.

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