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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

China frente a la gran prueba

Las trágicas inundaciones en China, que han causado ya varios miles de muertos, millones de damnificados, daños por valor de muchos miles de millones de dólares y que, sobre todo, no han sido controladas todavía, constituyen una prueba muy significativa de lo que debe ser capaz el país cuando se supone que está dando los primeros pasos de una nueva modernidad y de su plena incorporación al mundo de la economía, globalizada, y de las relaciones internacionales, mundializadas, como un miembro responsable del mismo. En China, las inundaciones cataclísmicas son una tradición histórica desde los tiempos de los grandes imperios hidráulicos, que basaban su capacidad de creación de riqueza en el dominio de las aguas interiores con una mano de obra servil y grandes inversiones en infraestructura. Pero el que la opinión china esté estoicamente acostumbrada a sufrir las iras del Yangtzé, y que los largos años de maoísmo, con su actitud dogmática tipo el partido no puede equivocarse, apenas hicieran avanzar al país en la moderna previsión de catástrofes, no puede servir de excusa para tratar hoy el problema como una simple plaga recurrente.

China está realizando grandes inversiones en sus Fuerzas Armadas, lo que implica el licenciamiento de más de un millón de innecesarios efectivos; mal que bien, expresa voluntad de cumplir las directrices de la Organización Mundial de Comercio sobre respeto de patentes extranjeras y eliminación del pirateo universal que hoy sufren los productos occidentales en el país; debe proceder a una reconversión de la industria del Estado, cerrando todo lo que sobra, que es mucho, y combatiendo la corrupción y la presión política, notablemente del propio Ejército, que mantiene vastas redes de explotación semiclandestina de negocios y mano de obra, y, en términos generales, se está preparando para convertirse en una de las grandes potencias básicamente capitalistas del siglo venidero.

Todo ello ocurre, por añadidura, en un contexto de dificultades agravadas por la crisis financiera y monetaria de Asia que va a restar, según los analistas, un punto o más del crecimiento económico de entre un 7% y un 8% previsto para este año, y hace temer una próxima devaluación del yuan. Para sostener su impulso renovador, China debe mantener muy alta su capacidad exportadora, que ya se está viendo afectada por el zigzag de los mercados; y una devaluación, unida a la que ya sufre de hecho el yen japonés, para mejorar su comercio exterior podría hundir a otras potencias exportadoras de la zona hasta formar una bola imparable de empobrecimiento generalizado.

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Y es ante ese frente nutrido de dificultades donde China ha de mostrar una capacidad responsable de ordenamiento del territorio, así como la prudente selección de sus inversiones de futuro. Las aguas, salvo circunstancias intolerables que tampoco son las actuales, resultan totalmente reconducibles para una tecnología media, hoy al alcance de todas las potencias.

El enriquecimiento desordenado, desigual y al día que ha caracterizado el esfuerzo de Pekín en los últimos años es la peor receta para dominar y canalizar el desarrollo, lo que ha acarreado que tras siete años seguidos de inundaciones no se haya hecho el más mínimo planteamiento sobre cómo enjaezar esos demonios fluviales. Tomar desde ya los remedios adecuados, como la culminación de la gigantesca presa de las Tres Gargantas, pero también realizar otras muchas obras menores, aunque sea a costa de gastos suntuarios de gran potencia en ciernes, sería la demostración de que esta gran prueba no ha sido en balde.

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