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UN INSTANTE DE FELICIDAD Croqueta líquida

La croqueta explota en la boca y durante un segundo la boca no sabe claramente dónde está. Está en El Bulli y todo se mantiene en pie, le tranquiliza cualquiera de los oraculares camareros del lugar. Sólo es que el cocinero Ferran Adrià ha extraído de su vitrocerámica cerebral la gelatina caliente, la ha rebozado y Felicidad lo celebra con un leve lapso lisérgico. Sólo hay dos maneras de comer. En una come la memoria. Algo que humea en el plato levanta un suceso que los sentidos acumularon en el pasado. Aunque la memoria no sólo se nutre de lo que materialmente se comió. En el cuenco maceran otros muchos ingredientes: un olor, de pronto, en un paseo; alguien que habló, un verano, de algún plato; un verso, o unos peces todavía vivos. Hay otra manera de comer. Explota en la boca. Uno no sabe quién es, porque -con exactitud- ya no es el mismo de poco antes. El genio y la ambición son fuente inagotable de ironías tradicionalistas. Algunas divertidas: un pintor famoso leyó hace poco croqueta líquida y dijo: "¡Anda, como me salen a mí!". Sin embargo, y contra las apariencias, sólo la vanguardia trabaja por la conservación de la especie. Los onanistas, por lo demás tan respetables, son los otros.

El Bulli. Cala Montjoi. Roses.

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