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"Dejadme trabajar en paz"

23.30 de la noche. El ensordecedor ruido del camión de recogida de basuras interrumpe la tertulia en el bar de Cal Pere, situado en una encrucijada de estrechas callejuelas del corarón de Sant Feliu de Codines. Kabba Barrow desciende del camión y se acerca al contenedor situado frente a la Font dels Alvars. Como casi cada noche, un grupo de jóvenes, muchos de los cuales no alcanzan la mayoría de edad, se hallan congregados en el solar vacío que hay junto al bar. Como casi cada noche, los jóvenes se acercan a Kabba o a alguno de sus compatriotas que, como él, han encontrado trabajo en el servicio de limpieza municipal, y les lanzan piedras, arrojan contra sus cuerpos globos llenos de agua o les gritan "negros basureros de mierda". Esta vez, a diferencia del resto de noches, Kabba no vacía a toda velocidad el contenedor para alejarse rápidamente del lugar. "Dejadme trabajar en paz", les pide, dirigiéndose a ellos con firmeza. Las palabras de Kabba han sonado a provocación entre el grupo de muchachos, y un par de ellos se le acerca por la espalda y le golpea hasta echarle al suelo. Otros siete u ocho suman a la paliza y no paran de darle tortazos y echarle basuras encima del cuerpo y la cabeza. "Negro, te vamos a matar. Hoy mismo vas a morir", le gritan. El horror y la impotencia se apoderan de Kabba. "En el bar había por lo menos doce personas, lo estaban viendo todo, oían mis gritos y nadie salió a socorrerme", explicaba ayer con tristeza, postrado en el sofá de su casa, con un ojo enrojedido, un brazo en cabestrillo y un intenso dolor en la espalda y el cuello. A excepción de sus compañeros de trabajo, los gritos del gambiano sólo conmovieron a una pareja con su hija, que acudieron al lugar para ofrecer su ayuda y ahuyentar a los agresores. De Mataró a Sant Feliu La muchachada salió corriendo cuando el conductor del camión y el otro trabajador del servicio de recogida de basuras, también gambiano, advirtieron que iban a llamar a la policía. Horas más tarde los agentes detuvieron a cuatro de los presuntos agresores. "Había el del Wolkswagen gris y el del brazo escayolado", explicaba Kabba a un vecino ayer por la tarde. No sólo la policía, sino todos los vecinos, conocen nombre y apellido de cada uno de los muchachos que desde hace tiempo tienen atemorizada a la población. "Mucha gente de Sant Feliu ha visto como nos insultan, nos tiran piedras, nos destrozan las motocicletas o lanzan petardos contra nuestras casas, pero nadie dice nada. Hay miedo, mucho miedo", afirma Kabba. Su mujer asiente. La pareja llegó en 1995 a Sant Feliu, pero hace ocho años que dejó su Gambia natal, adonde esperan regresar algún día para reunirse con el resto de familiares que permanecen allí. Mataró fue el primer destino de Kabba y su mujer. Allí nacieron sus dos hijos.. Kabba trabajó durante tres años en una plantación de flores hasta que encontró un trabajo en una fábrica de Sentmenat. Hace tres años, la familia Barrow alquiló un humilde piso del núcleo antiguo de Sant Feliu, cuyo propietario se deshace en alabanzas de sus inquilinos gambianos. "Son una gente estupenda y muy honrada", afirma. Hasta que llegó a Sant Feliu, a Kabba nunca le habían maltratado por ser negro, nadie le había insultado ni apaleado. "Me siento extremadamente mal, soy tan humano como los que me han asaltado esta noche", aseguraba aye. Su esposa, a su lado, asentía con leves movimiento de las cabeza a lo que decía. T. F. A., el inmigrante gambiano que trabaja con Kabba en la empresa de limpieza contratada por el ayuntamiento , también sufre diariamente en su propia piel las actitudes vandálcas de la banda de Sant Feliu. Sostiene que se trata de "un grupo organizado que actúa bajo una ideología y una bandera concreta, la del fascismo". Las numerosas pintadas que ayer podían leerse en varias partes de la localidad dan crédito a sus palabras. "Africanos, bienvenidos al infierno", es una de las que más les duele. Un muchacho se detuvo ayer por la tarde ante otro mensaje similar, que podía leerse en la fachada lateral del concurrido Centro Cívico de la población. "Todo esto no acabará hasta que haya algún muerto", presagió. Pero todas las personas interrogadas sobre el suceso se esforzaban ayer en desear que lo sucedido no sea el principio sino el punto final de una desagradable pesadilla.

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