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Reportaje:OASIS DE AGOSTO

Ensalada campera en la playa

El parque deportivo Puerta de Hierro, antiguo recinto del sindicato vertical, ofrece baños y una zona de mesas donde degustar grandes comilonas

En la piscina del parque deportivo Puerta de Hierro, la playa de Madrid, todos los días parecen domingo. Cientos de bañistas pasan la jornada como si fueran de excursión al campo. Cargados con grandes neveras, se apresuran a la conquista de las solicitadas mesas ubicadas en el entorno de la piscina. Ahí despliegan todo su cargamento alimenticio para zambullirse en una gran comilona. De la mesa a la toalla, y bajo la sombra de los chopos hacen la digestión entre sueños.Esta zona recreativa fue inaugurada por Franco en 1960. Ahora pertenece a la Comunidad de Madrid. El parque deportivo Puerta de Hierro fue bautizado en su arranque como Parque Sindical. El motivo: "Hace más de treinta años había que enseñar el carné de sindicalista para poder entrar en la piscina", según recordaba, por propia experiencia, el pasado martes José Antonio Menéndez, un jubilado de 65 años que trabajó en una aseguradora. Menéndez no se pierde los chapuzones en esta pileta ni un solo verano desde entonces. "Antes venía mucha más gente que ahora. Llegaba a haber muchos miles de personas. En esa época no había tantas piscinas y todo el mundo venía a ésta. Ahora, cada barrio tiene su propia piscina", apuntaba entre mordisco y mordisco al bocadillo de tortilla de patata.

Y es que esta piscina está cargada de historia. El martes pasado, tres generaciones de una misma familia comían sentadas en una de las cerca de treinta mesas que ofrece el recinto de ocio. María Soterraña, ama de casa de 42 años, repartía a cucharadas una gigantesca ensalada campera entre sus dos hijos, los mellizos y rollizos Rubén y Daniel, de siete años, y su madre, Ángela Gila, de 72. "Ella fue quien me trajo aquí por primera vez. Ahora soy yo quien trae a mis hijos", señaló Soterraña. Su madre aseguraba que el recinto "ha mejorado mucho". La piscina está provista de dos chiringuitos donde se suministran bocadillos y bebidas, una cafetería-restaurante y tres puestos de helados.

Los días de fin de semana se forman verdaderos atascos de bañistas en este recinto. Las puertas se abren a las diez de la mañana y, para esa hora, ya hay formada una larga cola en la taquilla.

Los primeros en sacar la entrada se disputan los mejores puestos para pasar el día en la pradera. "Hay gente que, cuando se saca el billete, manda a su hijo con una toalla a coger sitio. El chaval tiene que correr hasta la piscina [hay unos 200 metros de distancia desde la entrada al recinto] en competición con otros, elegir un sitio y, cuando lo hace, debe extender la toalla para no perder el puesto en beneficio de otros bañistas. La gente llega cargada con sillas, mesas, neveras, bolsas de comida..., igual que cuando va a la sierra", explica José Manuel, un socorrista de 25 años que lleva ocho vigilando este parque.

"Nuestras intervenciones más numerosas se deben al exceso de alcohol y a las grandes comilonas, que causan lipotimias y fuertes bajadas de tensión acompañadas de mareos. Y es que la gente come y bebe en exceso para, inmediatamente, tirarse de golpe al agua", explica otro socorrista, Fernando Quesada, de 34 años. Muestra el cartel de las normas obligatorias en esta añeja piscina: "Las reglas de comportamiento datan de 1960 y están redactadas por el entonces llamado Instituto Social del Tiempo Libre, que dependía del Ministerio de Trabajo", señala.

Desde hace casi cuarenta años, la piscina sindical (entre la M-30 y la N-VI) ha servido de oasis de verano a decenas de miles de madrileños que no han podido marcharse de vacaciones. Si en algo están de acuerdo los usuarios es en pedir que no se suban mucho los precios de entrada a este santuario madrileño del baño y la ensalada campera.

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