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CRÍTICA: E CLÁSICA

Aire fresco de Italia

Concerto Italiano Obras de Castello, Marini, Monteverdi, Legrenzi y Vivaldi. Concerto Italiano. III Festival Internacional de Música Antigua y Barroca. Patio del Castillo del Papa Luna. Peñíscola, 10 agosto 1998.A diferencia de noches anteriores, este concierto del festival de Peñíscola registró un lleno prácticamente absoluto. La música veneciana de la primera mitad del XVII, que anteayer ocupó a los integrantes del Concerto Italiano, fue respetuosamente seguida por esta masa de espectadores. Cabría recomendar, no obstante, a ciertas personas abstenerse de hacer fotos durante el concierto. Como también debería el ayuntamiento de Peñíscola poner los medios necesarios para facilitar a los visitantes con vehículo el acceso al castillo papal. Salvados esos detalles, la del lunes fue una de las veladas más atractivas dentro del presente certamen de Peñíscola. El maravilloso Combattimento di Tancredi e Clorinda justificaba de por sí todo el concierto. No es frecuente escuchar entre nosotros esta pieza maestra del genio de Monteverdi. Menos aun cuando viene servida con el estilo genuino que mostraron los integrantes del Concerto italiano. Seis instrumentistas de rara perfección técnica, puesta a prueba en este caso por la acústica de un recinto donde el menor desliz de ejecución resulta magnificado. De los tres cantantes participantes en el Combattimento se destacó el barítono Roberto Abbondanza, quien manejó con vigor el lado concitato del texto. Rinaldo Alessandrini, desde el clave, llevó el acompañamiento instrumental a un alto grado de plasticidad. Variado recorrido Además de otras dos composiciones vocales monteverdianas, I bei legami y Bel pastor, diversas piezas puramente instrumentales trazaron un variado recorrido por lo que, de forma algo genérica, se describe como música veneciana. Se escucharon dos sonatas a quattro de Castello, ambas de inusual modernidad expresiva, un passacaglio de Marini, la Sonata en la menor de Legrenzi y el Concierto en mi menor de Vivaldi. A lo largo de todas ellas el Concerto Italiano transmitíó un modo de hacer música plenamente identificado con las corrientes historicistas más radicales, pero que se distingue de las maneras anglosajonas por una suerte de pátina mediterránea equidistante de los alardes exclusivamente virtuosísticos y de la gazmoñería supuestamente literal. Esta traducción natural del discurso sonoro, enraízada en la interacción de las técnicas vocal e instrumental, constituye uno de los rasgos que mejor singularizan el período barroco en Italia. Bueno es recibir desde aquel país el aire fresco de unas interpretaciones llenas de luz, gentileza, vitalidad y rigor estilístico. Ello prueba que la investigación musicológica conoce hoy en Italia un momento de particular esplendor y brinda sus mejores frutos en la actividad de las nuevas generaciones de intérpretes.

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