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Agosto

VICENT FRANCH I FERRER El año pasado por estas fechas la página de Opinión estuvo de vacaciones o bien porque alguien consideró, guiado por la conmiseración, que a los lectores de verano había de librárseles de las obsesiones y cotos de los columnistas o porque, durante estas semanas que dura la postración casi general, lo que se opine o se deje de opinar está mediatizado por la mezcla de pereza y débito a los tópicos del calor imperante. Pero este año Josep Torrent dio la orden de continuar, mientras él se daba a la fuga. Y aquí estamos escribiendo para propios y extraños. De pronto, no obstante, sobrevino una de tormentas que pusieron los termómetros a los pies del mes de marzo, y fue el tema que salvó los primeros días de tiempo tan cerril. Cuando las temperaturas volvieron a la tortura acostumbrada y la autoridad a alertarnos de nuevo con consejos sobre cómo evitar el calentón, huir de la deshidratación o salvarnos de las llagas del napalm solar, se aliviaron los teletipos y la calma devolvió la habitual alegría a los noticiarios de agosto. Consejos para circular sin riesgos por carreteras cada vez más sensuales para manos y pies de los depredadores motorizados adobados con tópicas incursiones de las cámaras a lugares de carne tierna, torsos de bronce y fiesta hasta el amanesé acabaron retirándose ante los oportunos desastres que el consorcio mundial de pesca de imágenes empezó a servir a propósito del descrédito de la lluvia de aquí, que se marchó lejos, intempestiva y salvaje, como una metáfora para quienes miramos al cielo por la mañana y su limpidez nos hace exclamar en improperios. Esperé durante largos minutos una información seria en un noticiario de alguna cadena, y se me fugó el masajista con su bicicleta de montaña, se fueron cansados unos a los que había citado, y soporté antes del breve reportaje noticias de tanto interés como la proliferación de las motos acuáticas en una playa cuyo nombre ya no recuerdo, la plaga de cucarachas de un barrio playero de un pueblo de montaña, algo sobre no se qué de una carretera que no pasa por allí, furtivas imágenes del Presidente del Gobierno yendo a la playa tras su mueca simpática, otras más prolijas sobre lo caro que le puede costar un desahogo a Clinton, unos buitres que se mueren porque les falla el radar en unos postes miserables de la luz, un tatuaje de quita y pon en lugares de dudoso postín tímidamente sugeridos por imágenes cobardes, un alcalde enfundado en el traje de casarse, más sudado que una cigarra a la hora de la verdad del sol, proclamando en castellano sioux su devoción a un santo muy minoritario, y unos sofocantes comentarios de saña antifrigorífica a propósito de las virtudes ancestrales del botijo... (Hago una pausa, levanto con la mano izquierda y del asa el mío, y, con la derecha, corrijo a mi gusto el rumbo y caudal del chorro de agua que se precipita hacia mi morro, apretujado al modo del torero que cita a la media distancia, y que recibe de dientes como es canon, mientras Milladoiro interpreta la Danza e contradanza de Darbo y fuera de este porche montañés donde escribo el termómetro maldice su suerte y el sol se cae invicto sobre la rubia y verde crin de los pinos). Es ya la hora de comer. Me sumergiré en un lugar fresco y sombreado para que el siguiente telediario me traiga la nueva pedestre de que esta felicidad de la canícula ni siquiera está bien vista. Me hincharán de cadáveres el momento áureo de la sandía, y seguro que me avergüenzo de mi dicha.

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