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ALBAIDA

Ciudad de las tierras blancas

Fuentes y caserones sorprenden en el paseo por la zona antigua

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Los dominios del marquesado

A los pies de la sierra del Benicadell, la ciudad de Albaida, la ciudad de tierra blanca para los árabes, presenta una imagen de villa rural y tradicional, marcada por su historia de señores feudales que la mantuvieron unida a los destinos de reyes y ambientes cortesanos. Junto a esa vida tradicional, el despegue industrial que caracteriza a los núcleos más importantes de la comarca también ha configurado otra sociedad más moderna y mercantil que acoge al visitante con idéntica cordialidad. Pero en este recorrido obviaremos esta segunda parte para descubrir solamente los ambientes y las piedras que hablan de un pasado lejano. Albaida, cuyo nombre procede del característico color de la tierra, se encuentra bien comunicada. Desde la capital provincial se accede por la autovía 430 hasta Xátiva, y desde la cabecera comarcal de La Costera por la carretera nacional 340 se llega directamente a la población. También hay otra alternativa más moderna y con calzada más ancha, la carretera autonómica CV-41, después de cruzar Canals y el túnel de L"Ollería para salvar la Sierra Grossa. La presencia de los íberos en una de las cotas más altas del municipio y el asentamiento de los árabes en lo que luego se transformó en guarnición cristiana acreditan su origen antiguo. Por su posición estratégica entre montañas, con la llave de acceso a las comarcas de Cocentaina y Alcoi, el dominio de esta zona geográfica siempre fue un bien deseado. Jaime I en 1248 aproximó la villa al llano al abandonar su anterior ubicación en el Castell Vell de la sierra y repobló las alquerías con colonizadores de Barcelona y Tarragona. Señores feudales se ocuparon de su crecimiento, hasta que en 1471 adquirió la villa el cardenal Lluis-Joan del Milà i Borja, sobrino de Calixto III y primo hermano de Alejandro VII, lo que significó incorporar Albaida a su destino de ciudad ilustre.El último descendiente, noveno en la genealogía, que vivió en el Palacio de los marqueses de Albaida fué el presidente de las Cortes constituyentes de la 1ª República española en 1873, el santanderino Jose Maria de Orense, diputado por Valencia. La parte antigua de la villa ofrece un recorrido muy pintoresco. A la plaza mayor van a parar calles adornadas con atractivas fuentes de piedra, populares azulejos y caserones señoriales representativos de la sociedad terrateniente que alimentó la vida de palacio. Las tres altas torres cúbicas del Palacio caracterizan su fachada. La rehabilitación que se ha emprendido para instalar un museo de marionetas forma parte del empeño por frenar su deterioro. Su primera ala se construyó en el siglo XV y la tercera en el XVII. Las salas decoradas por el albaidense Bertomeu Albert son un atrevido ejemplo del barroco más colorista. A espaldas de palacio se sitúa la interesante iglesia de la Virgen de la Asunción ornamentada en su altar mayor con diez lienzos del pintor José Segrelles, natural de Albaida. Su torre luce un campanario añadido a mediados del XIX. Pero donde se disfruta con el legado artístico del pintor es en su casa museo construida en la misma plaza interior de la iglesia de acuerdo a sus criterios. Después de seguir los pasos de su maestro Sorolla por Estados Unidos, Segrelles se recluyó en su ciudad donde murió en 1969.Su pintura muestra un inteligente juego entre fantasía y realidad. Con su portentosa imaginación pudo ilustrar novelas de Blasco Ibañez, El Quijote y Las mil y una noches.

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