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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La hora de Borrell

SE COMPRENDE la irritación de muchos socialistas ante el tono condescendiente con el que desde el PP se les recomienda mesura y se les invita a olvidar el pasado y participar civilizadamente en la vida política. Es algo ventajista que quienes no han reparado en medios para alentar la bronca se presenten como pacificadores cuando los objetivos perseguidos con ella han sido alcanzados. Pero se equivocaría el PSOE si se instala en la queja y la obsesión justiciera y se empeña en una política inspirada, antes que por la voluntad de ganar el futuro, por la de reivindicar su pasado, según el modelo Papandreu.Ni renegar del pasado ni quedar atado a él: cumplidos los 100 días desde su proclamación oficial como candidato del PSOE a la presidencia del Gobierno, José Borrell se mueve en el filo de la navaja. El viernes pronunció una conferencia sobre el fin de siglo, volcada en los problemas del futuro; pero lo hizo en Almería, la patria de Barrionuevo, y no pudo evitar las referencias al pasado que siguen lastrando a su partido. Ese pasado está demasiado presente entre los socialistas, y seguramente nada alegra tanto a sus rivales de la derecha como verles aplicándose vinagre a las heridas con propuestas tan absurdas como la de romper toda relación con el Gobierno o poner al frente de su programa la consigna de excarcelación de Vera y Barrionuevo.

La conmoción suscitada en las filas socialistas por la condena es lógica, y hasta cierto punto también los arrebatos de solidaridad corporativa, pero, como dijo el otro día Borrell, es malo "recrearse" en ella. A la gente corriente le molesta la euforia con que Anguita y otros han acogido la perspectiva de ver en la cárcel a Vera y Barrionuevo, pero no es realista suponer que la mayoría comparta la angustia con que los socialistas han vivido la condena. Tampoco es cierto que exista un "clamor social" pidiendo la retirada de González de la vida política, como pretenden sus enemigos más encarnizados. Pero sí lo es que un protagonismo excesivo por su parte impide despegar a Borrell.

Para éste ha llegado la hora de definir un discurso propio, es decir, ante todo, un estilo diferente de hacer política y un programa adaptado a la situación actual. Algo equivalente a lo que en su día supuso aquella combinación de radicalismo democrático y propuestas de cohesión social con que apareció Felipe González. Borrell presenta un perfil personal algo más a la izquierda, pero cualquier propuesta programática deberá tomar en consideración que una política socialdemócrata clásica, de expansión del Estado de bienestar -y del gasto público- no sería posible hoy. Nadie puede ignorar, tras la experiencia de los años ochenta, la relación entre incremento del gasto y del endeudamiento público por un lado y aumento de los tipos de interés y del desempleo por otro.

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Además de un programa, Borrell necesita un partido. La situación de bicefalia tiene riesgos. El más obvio, que el candidato sea considerado -y tratado- como un contratado temporal al que se podrá despedir si no gana las elecciones. Sin embargo, sin autoridad dentro del partido difícilmente suscitará la confianza del electorado.

Una de las consecuencias de la irrupción de Borrell -y de su impacto en las encuestas- fue la decisión de los estrategas del PP de intentar acreditar una imagen de centro. Ésa es seguramente la verdadera causa del despido del portavoz Miguel Ángel Rodríguez, que puso rostro al sectarismo de la derecha durante dos años, y quizás también de la anunciada renuncia de Álvarez Cascos a la secretaría general del PP. Es probable que siga como vicepresidente del Gobierno, pero si nos atenemos a algún antecedente conocido, su influencia tenderá a extinguirse si deja de ser el enlace entre partido y Ejecutivo.

A esos movimientos se ha respondido desde el PSOE con incredulidad. No es seguro que sea la mejor actitud. Por supuesto que no basta proclamarse de centro para serlo, pero es evidente que Piqué, el nuevo portavoz, no es lo mismo que Rodríguez. Entre los rasgos de la nueva forma de hacer política que se espera de Borrell también figura un estilo menos sectario. En Almería ha desautorizado las tentaciones aislacionistas de algunos socialistas y exigido al Gobierno retomar el diálogo sobre la justicia, el terrorismo y las autonomías, y ha reclamado que José María Aznar pida explicaciones a sus aliados nacionalistas por su reciente deriva confederal. Ojalá que sea un síntoma de superación de la tentación melancólica que últimamente parecía atenazar al partido socialista.

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