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Tribuna:LA LÍNEA FÉRREA A BARAJAS
Tribuna
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Madrid vuelve a perder el tren

El autor critica que las administraciones diseñen grandes operaciones urbanísticas y de infraestructuras sin relacionarlas entre sí.

Ha estallado una nueva polémica entre el Ministerio de Fomento y la Comunidad Autónoma de Madrid. Tras las escaramuzas sobre el trazado del llamado "tren veloz" entre Madrid y Valladolid, se discute ahora sobre la conveniencia o no de construir una línea férrea de cercanías hasta el aeropuerto de Barajas. Afirma la Comunidad que con el proyecto de metro que ella lleva a cabo, esa línea férrea es innecesaria, mientras el ministerio argumenta que todos los aeropuertos importantes están enlazados por ferrocarril con la ciudad a la que sirven. Ha ocurrido aquí lo que se decía en el romance: "Con tan grande polvareda/ perdimos a don Beltrane".Es decir, se olvida o ignora lo principal; lo que hasta ahora no se ha hecho: definir los planeamientos urbanísticos en Madrid integrándolos con el estudio simultáneo de los sistemas de transporte definidos en función de las necesidades actuales y futuras de ese desarrollo de la ciudad.

Se diseñan grandes operaciones urbanísticas y de infraestructuras por parte de cada una de las administraciones competentes en la materia sin relacionarlas entre sí, sin tener en cuenta las posibles influencias y subordinaciones de uno a otro, y sin llevar a cabo en definitiva un proyecto común de planificación a medio y largo plazo. Ello tal vez obedece a que el verbo planificar ha sido anatematizado por los que practican la fe del mercado. Así vemos que el Ayuntamiento de Madrid tenía previsto reinstaurar el tranvía (metro ligero) en la ciudad, y la Comunidad presta oídos de mercader al asunto, aunque sí considera ese sistema aceptable para llevarlo a Pozuelo, al tiempo que anuncia otros faraónicos proyectos de unir con una línea de metro circular siete municipios del sur, mientras en la gran operación de Chamartín no se prevé ninguna nueva infraestructura, excepto la prolongación del metro hasta ella. Se desestima el enlace Este-Oeste por ferrocarril para descongestionar el corredor del Henares, y se destinan los fondos de la Unión Europea para una línea de metro al aeropuerto que va a quedarse en el extrarradio de la ciudad; los pueblos del sur y del norte reclaman la extensión del tren de cercanías, y a unos se les dice que sí y a otros que no, aunque mañana se puede cambiar de opinión. Es evidente que falta ese plan general de infraestructuras que, a semejanza de lo que ocurre en otras conurbaciones europeas, debería ser consensuado para dejarlo a resguardo de los posible cambios de Gobierno.

Se discute si es bueno o no que se construya una línea de cercanías hasta Barajas y entretanto se aprueba sin controversia e información la penetración del trazado del AVE procedente de Barcelona, incidiendo en el mismo error que se cometió el siglo pasado, cuando se proyectaron las estaciones principales de la ciudad.

El criterio político de centralizar la capital en Madrid hizo de ella parada y fonda de todas las líneas ferroviarias porque entonces se venía o se iba uno de Madrid, pero no se podía pasar de largo. Por ello, todas esas estaciones se construyeron con el sistema conocido como de "fondo de saco", lo que no permite la continuidad de los trenes.

Pese a las numerosas descentralizaciones promovidas por el sistema autonómico, en los años ochenta se volvió a cometer el monumental error de mantener la nueva y flamante estación de Atocha en las condiciones de explotación que tenía desde el siglo XIX, en lugar de haberla convertido en una "estación pasante", como dicen los italianos.

Y se insiste en el error a finales de los noventa, cuando se hace que la nueva línea de alta velocidad procedente del noreste penetre en la ciudad por el sur, con lo que no sólo se deja sin servicio de AVE al aeropuerto de Barajas, sino que se condiciona el futuro de Atocha, que con estos nuevos servicios de la línea de Barcelona y dadas sus deficientes condiciones de explotación por el sistema de "fondo de saco" y otras carencias, obligará a una reforma necesaria a no muy largo plazo, como ha ocurrido con las cercanías.

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No se entiende cómo existiendo un proyecto para tender una nueva línea férrea desde Alcalá de Henares a Chamartín, pasando por Barajas, no se haya tenido en cuenta como la solución AVE de entrada en Madrid, máxime cuando Chamartín está mucho más descongestionada que Atocha y donde además se proyecta la operación urbanística probablemente más importante de la ciudad.

Como contraste hay que añadir que el proyecto de entrada a Barcelona de esta misma línea, que en un principio tampoco preveía el paso por el aeropuerto de El Prat, ha sido modificado y en el trazado definitivo la línea parece que tendrá estación de AVE en dicho lugar para continuar después hacia la Ciudad Condal y la frontera francesa; es decir, un sistema de "estaciones pasantes" que no se contempla en Madrid.

Resumamos las evidencias: ¿Cómo es que lo que parece va a ser posible en Barcelona no pueda serlo en Madrid?

Aquí vamos a tener la paradoja de que un ferrocarril del siglo XXI va a dejar incomunicado a un aeropuerto del siglo XXI y no ha sido considerado necesario por los que proyectan la probablemente mayor urbanización del siglo XXI en la estación de Chamartín.

Madrid es una ciudad difícil en la que una de sus pocas ventajas es precisamente esa centralidad del sistema de comunicaciones de la Península. Pero parece como si los que nos han gobernado a lo largo del tiempo se hubieran empeñado en dejar patentes estas paradojas y en tomar decisiones en las que la lógica parece ausente. Así hay que recurrir al humor para explicar que el Palacio Real construido en el occidente de la ciudad se llame Palacio de Oriente; que la plaza donde se despedían los duelos se llamara plaza de la Alegría, y que el puente por el que se sale a la carretera de Extremadura se llame de Segovia. Paradojas y humor entre las que también merecen estar las declaraciones del consejero de Transportes, que ha calificado de posible despilfarro la construcción de un ferrocarril de cercanías a Barajas, olvidando que su consejería construye un túnel para llevar una línea de metro que podría haber ido en gran parte de su recorrido en superficie.

Son rasgos de ese humor madrileño que es capaz de bautizar una cervecería con el nombre de El Vermut, aunque, como está situada en la calle de la Fe, es posible que el que lo hizo pensara que eran la misma cosa porque ya se sabe que la fe mueve montañas. Lamentablemente, en este mundo terrenal, los auténticos autos de fe son los errores con los que los políticos condenan a los ciudadanos de ahora y del futuro.

Fernando F. Sanz es periodista

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