_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

¿China sí, Cuba no?

La visita a China del presidente Bill Clinton ha puesto claramente la mira de la política mundial de los Estados Unidos en el futuro de la nación más poblada de la Tierra -un billón doscientos veinte mil habitantes- en un territorio de 10 millones de kilómetros cuadrados y con un crecimiento económico anual del 8%.La visita de Clinton a China resulta aún más impresionante si recordamos que entre 1950 y 1970 China fue el enemigo número uno de los EE UU en Asia, y sólo el número dos en el mundo entero en relación con la, entonces, al parecer poderosísima Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

El lobby de la isla de Formosa -los herederos del Kuomingtang y de Chiang Kai Shek- mantenía una presión muy fuerte para que Washington reconociera a la isla de Taiwan como único Gobierno legítimo de China.

Recuerdo que, viendo en televisión el debate de campaña entre los candidatos Richard Nixon y John F. Kennedy en 1960, el primer tema -el primerísimo- que saltó a la palestra fue el del status de dos islas costeras a China, Quemoy y Matsu. ¿Quién las recuerda hoy? ¿Y quién recuerda que hace cuarenta años ocupaban el primer lugar en la preocupación internacional de los EEUU?

Pero en 1971, en un acto de inteligencia y coraje políticos, el presidente Nixon visitó China (precedido por un célebre juego de pimpón) iniciando el proceso de deshielo que ha culminado con la visita de Clinton.

Un latinoamericano, mirando con asombro estos eventos, no puede menos que preguntarse ¿por qué China sí y Cuba no?

¿Porque China tiene más de mil millones de habitantes y Cuba apenas doce millones? ¿Porque China es poderosa y Cuba es débil?

¿Porque China está en Asia y Cuba en Latinoamérica?

¿Porque el lobby de la oposición china en Washington es ya muy débil y el de la oposición cubana en Miami relativamente fuerte?

¿O será simplemente que Henry Kissinger tiene razón cuando afirma que China no es una dictadura sino una economía capitalista? O sea, ¿le bastaría a Cuba convertirse plenamente al capitalismo para ser aceptada por los EEUU?

El asunto es más complejo. El sagaz financiero George Soros ha escrito que, terminada la guerra fría, el llamado "mundo libre" se ha quedado sin enemigo totalitario al frente y ya no tiene por qué insistir en la condición democrática. Pero como ha preguntado, con igual sagacidad, Jorge Castañeda, ¿por qué los EEUU se han llevado tan bien con un autoritarismo como el mexicano y tan mal con un autoritarismo como el cubano?

¿Será la respuesta que el autoritarismo mexicano, una vez pasada la etapa de las reformas revolucionarias entre Obregón y Cárdenas, se volvió, primero, aliado en la segunda guerra y, en seguida, un autoritarismo dedicado a impulsar el desarrollo capitalista?

Queda la pregunta pendiente: ¿por qué la China de la masacre de Tien An Men, sí?, ¿por qué el México de la masacre de Tlatelolco, sí, pero la Cuba de los prisioneros políticos y la vigilancia policial, no?

El poderoso lobby anticastrista de Miami, la Federación Nacional Américo-Cubana que encabezó Jorge Mas Canosa y su influencia sobre el senador Jesse Helme han sufrido serias resquebrajaduras. Mas Canosa ha muerto y la Ley Helms-Burton goza de un rechazo universal.

Hace poco mi amigo el vicecanciller sueco Pierre Schiri visitó Miami y rindió un informe verdaderamente orientador. Schori estuvo acompañado de Adam Michnik, quien junto con Lech Walesa fue el conductor del movimiento Solidaridad que socavó el régimen comunista en Polonia. Lo interesante es que los dos políticos europeos, el sueco y el polaco, se encontraron en Miami con un exilio cubano que ha dejado de ser monolítico, que es pluralista y que se manifiesta mayoritariamente a favor de soluciones graduales, pacíficas y, sobre todo, internas, para el problema de Cuba. Son conocidos como " los dialogueros".

A los ultras que quisieran invadir la isla, derrocar a Castro y gobernar a sangre y fuego, Michnik les recordó que la transformación política en Polonia se obtuvo poco a poco, no de la noche a la mañana. Contra una dictadura, dijo, hay que ser intransigente en los principios, pero flexible en los métodos. "No existe un manual sobre cómo desmantelar dictaduras", dijo el muy valiente luchador obrero polaco.

Pero sí existe una prueba: cuando tanto el régimen como la oposición comprenden que ninguno de los dos puede destruir al otro, entonces suena la hora del diálogo. El caos no conduce a la democracia, sino que fortalece y prolonga a las dictaduras. El cambio no se puede imponer desde afuera, debe ser el pueblo dentro del país mismo -Polonia ayer, Cuba mañana-, no los que viven en el exilio, quienes deben protagonizar el cambio. Muchos cubanos del exilio han comprendido esta verdad, sobre todo la mayoría de los jóvenes

Lo han comprendido víctimas heroicas de la impunidad autoritaria de Castro como Eloy Gutiérrez Menoyo, el comandante del Frente del Escambray en la guerra contra Batista, luego encarcelado por el afán fidelista de monopolizar el poder. Hoy, Menoyo favorece el diálogo con Castro.

Lo ha entendido el grupo de financieros y estadistas de los EEUU encabezados por el banquero David Rockefeller y el exsecretario del Tesoro Lloyd Bentsen, opuestos a la Ley Helms-Burton y partidarios de una apertura hacia Cuba.

Lo ha entendido Elisardo Sánchez, presidente de la Comisión Cubana de Derechos Humanos, encarcelado durante ocho años.

Lo entiende la Cámara de Comercio de los EEUU. Lo entienden órganos de opinión tan importantes como el New York Times y el Washington Post.

Lo entiende el Pentágono, cuyo más reciente informe de seguridad determina que Cuba ya no constituye una amenaza para la seguridad de EEUU.

Lo entiende el pontífice Juan PabloII, cuyo mensaje esencial en La Habana fue que Cuba se abra al mundo para que el mundo se abra a Cuba. (El lema fatalista de Castro, "Patria o Muerte", ha sido transformado por la voz popular cubana en "Papa o Muerte").

El presidente norteamericano, al finalizar su viaje a China, dijo que "esperaba alguna señal de Cuba". Testigos latinoamericanos de gran calidad intelectual y política saben que Bill Clinton estaba dispuesto a iniciar el deshielo hasta que los ultras de Miami mandaron sobrevolar aguas territoriales cu- Pasa a la página siguiente Viene de la página anterior banas y Fidel Castro cometió el acto -¿el error?- de derribar aviones que incluían a ciudadanos norteamericanos.

Castro, por su parte, dice que se ha cansado de enviar señales: ya no es parte del inexistente Pacto de Varsovia, descartó el lema guevarista de varios Vietnams guerrilleros en América Latina, se retiró de Angola y, por desgracia, no dio más pruebas de su política de mercado que dos, bien pobres y desmoralizantes: el turismo y la prostitución, pero no el comercio liberado, las cosechas de la fértil tierra cubana liberada, el genio comercial -tiendas, restaurantes, pequeños negocios- del pueblo cubano liberado.

A pesar de todo, ¿prepara Castro una transición o persiste en su heroicidad numantina? ¿O son sus colaboradores quienes se preparan para un post-castrismo sin los dogmas del líder máximo?

En todo caso, si no hay esa voluntad de diálogo y esa paciencia negociadora que proponen hombres como el polaco Adam Michnik y el sueco Pierre Schori, si los EEUU esperan que Cuba, la hija que se les fue de puta, la colonia española perdida en 1898 y convertida en protectorado de los EEUU en virtud de la Enmienda Platt, regrese al corral gringo como si nada hubiera pasado, o si Fidel Castro decide convertir a la isla en la fortaleza de un socialismo vulnerado por los peores vicios del comunismo -la ineficacia productiva- y del capitalismo -la supervivencia financiada por la corrupción moral-, Cuba volverá a ser escenario de dolor y sangre.

Que haya, en cambio, diálogo sin condiciones, o como lo pide Elisardo Sánchez, "Cuba no está preparada para una terapia de choque económico o político. Lo mejor sería si todos los cambios en el país fuesen brotando gradualmente. Sería deseable que el Gobierno sea la fuerza que tome las iniciativas del cambio. Esto sería lo menos costoso tanto social como políticamente. Si el Gobierno de Castro elige un camino de esta índole, contaría con mi apoyo y con el de la gran mayoría de los disidentes moderados".

Carlos Fuentes es escritor mexicano.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_