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Creencias democráticas

JULIO SEOANE Desde el final de la II Guerra y quizá más claramente desde los años setenta, está cambiando lo que la gente espera de la vida, de la organización social y de las relaciones con los demás. Algunos intentan resumir estos cambios señalando al proceso de democratización del mundo occidental, pero ese proceso es mucho más antiguo. No es ya la democratización del sistema político lo que está cambiando en las últimas décadas, sino la democratización en el sistema de vida que se configura gradualmente como un sistema de creencias distinto y que algunos caracterizan como postmoderno. Las creencias constituyen un conjunto peculiar de conocimientos que se ocupa de interpretar, valorar y dar sentido al mundo en que vivimos. Son las responsables de una buena parte de la realidad social que construimos. La aceptación de las formas democráticas de vida es tan amplia que no parece que estemos hablando de valores democráticos, por tanto relativos y subjetivos, sino de virtudes democráticas que aparentan estar fuera de toda duda dentro de la comunidad. Sin embargo, los resultados de encuestas y de estudios entre los jóvenes y los adultos jóvenes valencianos nos indican que existen razones distintas para la defensa de las formas democráticas de vida. Se pueden diferenciar, al menos, dos grandes orientaciones democráticas en nuestro estilo de vida. Una constituye lo que se puede llamar el tipo democrático postmoderno o espontáneo; la otra se describe como el tipo democrático formalista. El primero tiene tendencia a ser más joven, a pertenecer a generaciones más actuales, con una socialización política diferente. Son más individualistas que los de la segunda orientación y, además, aceptan con mayor claridad la sociedad de servicios, al menos en cuanto al uso y consumo de servicios y de relaciones personales. El tipo formalista coincide plenamente con el anterior en su defensa de las formas democráticas de vida, pero existen importantes matices diferenciales en sus creencias sociales. Tiende a pertenecer a generaciones más cercanas al punto de partida de la transición española, y valora especialmente los modos y maneras de los sistemas democráticos. No acepta tan fácilmente el consumo de servicios, porque está más deseoso del consumo de productos relacionados con el bienestar material. Nuestras formas democráticas de vida parece que están fundamentadas en dos modelos parcialmente distintos de sociedad democrática. En un modelo, el más formalista, se promueven las formas clásicas de participación, se valora el papel de los expertos y los modos de representación política, así como la solución de los conflictos sociales (violencia, idioma, nacionalismo, etc) a través de procedimientos formales, jurídicos, legales y científicos. En el otro, el más postmoderno o espontáneo, se destaca un repertorio más amplio de participación, más propenso a la acción directa que a la representación; piensa que la solución de los conflictos debe realizarse mediante la creatividad y participación directa de los implicados (pensar en lo impensable) y no mediante procedimientos mecánicos y formales. Aunque estas tendencias no son contradictorias, sin embargo podrían llegar a ser conflictivas en el desarrollo de nuestra sociedad. Y, para muestra, basta leer la prensa de estos días.

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