Agosto
DE PASADAEn agosto, quizá por la cachaza de los calores, el pueblo tolera los disparates e incluso los aplaude o participa en ellos con entusiasmo. En Granada, el mes comienza con la celebración de la Nochevieja y la cabalgata de Reyes Magos en Bérchules y acaba con las carreteras principales convertidas en mataderos de las personas más felices de la provincia. Los dos acontecimientos no sólo se disculpan sino que se repiten con puntualidad cíclica. Por esta razón elemental las autoridades se dan prisa en resolver y desenredar todos los asuntos pendientes antes del 31 de julio, no sea que los administrados confundan sus osadías con uno de los recurrentes desatinos del agostamiento. En Granada, por ejemplo, el alcalde Gabriel Díaz Berbel y su concejal Miguel Valle propusieron, dos días antes de la entrada del nuevo mes, la aprobación del plan de ordenación urbana que supone sobrevalorar en 10.000 millones de pesetas miles de metros cuadrados de suelo de particulares y promotoras. En agosto, la noticia hubiera tenido que compartir la sección de los diarios donde se explica la fauna monstruosa de los lagos escoceses El propio alcalde aceptó antes de pisar el nuevo mes la petición hecha por un joyero para cambiar, "por racista", la titularidad de la Plaza de los Negros. El joyero, que es naturalmente blanco, consideraba inmoral vender apliques de oro o plateados en un espacio dedicado a los Negros. No se sabe qué dirán los asiáticos sobre la Cuesta de los Chinos, aunque lo más probable es que no aleguen nada hasta que se instale allí otro joyero blanco que quiera redimir a la raza amarilla. El secretario local del Partido Andalucista, José Vela, también se aprestó a declarar, antes de que se agotara julio, su oposición a que el Banco Bilbao Vizcaya gestione la venta de entradas de la Alhambra por que no es un banco andaluz. Para afirmar una cosa así en agosto hubiera tenido que acudir a una verbena. La Policía, en fin, planeó una sigilosa operación antes de las vacaciones de agosto para detener a Ascensión H. G., una mujer que lanzaba desde su ventana -quizá por compasión- baldes de agua a los vecinos y a aquel que protestaba le tiraba de los pelos. Cumplidos pues los compromisos pendientes, la ciudad se puede ir a gansear impunemente a las playas.
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