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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Dos intolerantes

LA ESPERPÉNTICA crisis del Partido Popular en Asturias sigue sin resolverse cinco meses después de que estallara públicamente el enfrentamiento de la dirección nacional y regional del PP con el presidente del Principado, Sergio Marqués. Ni siquiera la próxima resolución, quizá esta misma semana, del expediente disciplinario incoado por el Comité de Disciplina del PP a Marqués y a sus seis consejeros permitirá cerrar las profundas heridas creadas en el partido y cuyos efectos disgregadores se aprecian ya en todos los ámbitos políticos, desde los municipios -que humillaron a Álvarez Cascos con un desplante mayoritario en la convención de Panes- hasta las juntas locales y las estupefactas bases del partido. Marqués será previsiblemente sancionado, pero tal sanción nada resolverá si el presidente en precario del Principado sigue negándose a dimitir y las fuerzas parlamentarias son incapaces -como lo han sido hasta ahora- de pactar una moción de censura para derribar a un Gobierno que sólo tiene el apoyo de cinco de los 45 diputados de la Junta General del Principado.A pesar de los expedientes disciplinarios, las comparecencias públicas y la multitud de declaraciones sobre el caso, nadie ha sido capaz de explicar en términos políticos, ni desde el partido ni desde el Gobierno, las razones de la crisis asturiana. Las graves e inaplazables causas que, según el PP, hicieron insoportable un Gobierno que ese partido apoyó sin una sola crítica durante tres años siguen siendo un profundo misterio. La ausencia de explicaciones políticas refuerza la hipótesis de que se trata de una querella personal.

Álvarez Cascos utilizó a Marqués, su amigo personal, para desplazar a Isidro Fernández Rozada en las últimas elecciones autonómicas de 1995; pero, a partir del divorcio del vicepresidente del Gobierno y de su segundo matrimonio, los reflejos conservadores del hoy presidente asturiano propiciaron un distanciamiento personal que se convirtió en crisis política cuando Marqués se enteró de que no volvería a ser candidato por el PP. La paradoja que cierra el círculo es que Álvarez Cascos se haya visto obligado a resucitar al defenestrado Fernández Rozada para combatir a Marqués, su criatura política en las últimas elecciones. Álvarez Cascos ha cometido graves errores en Asturias y los últimos sondeos aseguran que en las próximas autonómicas el PP pagará la factura. Ni él ni el partido han sido capaces de mantener y resolver el conflicto en el ámbito estricto de su propia organización. Es todavía más inexplicable que el PP, en una manifiesta confusión de dónde termina el ámbito partidario y dónde comienza el de la responsablidad pública, impute a Marqués, en el apartado c) del pliego de cargos, mantener "relaciones (...) problemáticas" y contravenir "directrices", pero no respecto al partido, sino, sorprendentemente, respecto al Gobierno de la nación, con el que ostensiblemente ninguna relación de dependencia partidista le obliga. La exclusión, hace unos días, del Gobierno de Asturias de una reunión que mantuvo el ministro de Fomento, Rafael Arias-Salgado, para debatir el trazado del futuro ferrocarril de alta velocidad para el noroeste español -a la que sí fueron invitados ejecutivos de Galicia, Castilla y León y Cantabria- demuestra hasta qué punto el PP no es capaz de deslindar el partido de las instituciones.

Pero Sergio Marqués no tiene menos responsabilidad en esta crisis absurda. Su posición política numantina no se justifica ya por una cuestión de principios, porque su encastillamiento carece de un proyecto político y de una salida razonable. Su esquematismo ideológico -evidente en la conversión de las opciones matrimoniales de Álvarez Cascos en un motivo de resentimiento, incluso político- o su disposición a convocar en torno a él a las facciones más derechistas del PP asturiano le convierten en una opción política inaceptable. Marqués no es la víctima de esta crisis, sino una personalidad tan bronca y reacia al diálogo como su ex amigo, convertido hoy en su primer enemigo político.

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