Religión y socialismo
Por eso creo/ cada noche en el día,/ y cuando tengo sed creo en el agua,/ porque creo en el hombre/ creo que vamos subiendo/ el último peldaño./ Desde allí veremos/ la verdad repartida,/ la sencillez implantada en la tierra,/ el pan y el vino para todos.(Pablo Neruda, Las uvas y el viento).
I ¿Tiene sentido dar la vida por alguien? Dar fe de que se está dispuesto a morir, o mejor dicho, a vivir, por una causa noble, ¿pertenece a esa clase de retórica trasnochada y rancia?
Nombres como Ignacio Ellacuría o el obispo Nicolás Castellanos nos hacen saber que, en los lugares más conflictivos del planeta, allá donde la miseria cuestiona el valor de la vida, hay, entre las personas que se la juegan, no pocas cuyo ánimo nace y se alimenta de firmes convicciones religiosas.
No son fanáticos ni peligrosos fundamentalistas. Se trata de monjas, misioneros o sacerdotes que, realmente, ofrecen su vida, sufren secuestros y se entregan con interés desinteresado a los demás. Su ejemplo de solidaridad suele inspirar respeto.
Confieso que despiertan mi admiración, y que sintonizo con sus hechos y con sus motivaciones. Me recuerdan los orígenes y los impulsos éticos que nos empujaron a muchos hacia un radical compromiso político en la izquierda.
Para mí, constituyen un ejemplo que me obliga a reflexionar, en medio del trasiego de la política diaria, sobre el papel del sentimiento religioso en el mundo actual, y sobre cuál es la fuerza de atracción y de movilización del socialismo en el umbral del tercer milenio.
Las motivaciones religiosas han sido, tradicionalmente consideradas por la izquierda como sospechosas, derechistas y, en cualquier caso, como poco científicas. Quizá ese prejuicio tenga su fundamento en que la jerarquía eclesiástica se ha relacionado con el poder, en especial con el autoritario, de manera peligrosamente familiar. El caso de los obispos españoles levantando el brazo o la entrada de Franco en los templos bajo palio son imágenes elocuentes.
"Los súbditos temen menos las injusticias por parte del tirano si lo consideran devoto y beato; ... no se atreven tan fácilmente a sublevarse contra él, ya que creen que los gobernantes cuentan con la ayuda de los dioses", escribió Aristóteles en su Política. Idénticos consejos daba Maquiavelo al Príncipe.
La persistencia de los dictadores en querer poner a Dios de su parte tenía que suscitar recelos ante la religión en el movimiento obrero del que surgió el socialismo. Sin embargo, a estas alturas del siglo no se puede mantener que la religión es un cuento, fruto de la ignorancia o un invento del poder para justificar, con resignación o caridad, la explotación económica.
¿Quién pone en duda el valor progresista y liberador de los cristianos que dan testimonio de su fe, no con un recitado de dogmas abstrusos, sino con el ejemplo de su radical compromiso en causas solidarias?
II Mirando ahora los problemas del mundo desde la teoría y la práctica de los socialistas, incluso desde la cercanía de la realidad española, me convenzo cada día más de que la dimensión ética es un factor clave en la lucha contra la desigualdad.
No comparto la idea de que una ética transformadora sólo pueda construirse desde un fundamento teológico y religioso. Igualmente, rechazo que el socialismo sea una emanación mecánica de la ciencia económica y de la razón política. Esta idea ha sufrido demasiados y contundentes golpes como para atreverme a fundar en ella la superioridad moral del socialismo.
Comparto con Juan José Tamayo (Ética del cristianismo frente a ética del mercado. EL PAÍS, 29 de junio de 1998) que la ética liberadora de Jesús constituye una alternativa a la ética neoliberal insolidaria, mas sin por ello abdicar de que, desde la razón política del socialismo, independiente, por tanto, de la religión, puede levantarse también una ética que ayude a la transformación del mundo.
Michael Mann, en su obra Las fuentes del poder social, explica que el atractivo del cristianismo es que aportaba una solución mejor que la que ofrecía el Imperio Romano a sus principales contradicciones: universalismo frente a particularismo, igualdad frente a jerarquía, descentralización frente a centralización, cosmopolistimo frente a uniformidad, civilización frente al militarismo. Pues bien, en el mundo global de hoy, en el imperio del capitalismo liberal triunfante se plantean, en otra escala y forma, esas mismas contradicciones. El socialismo también habrá de formular su proyecto ofreciendo solución a las mismas.
El camino no es fácil. Ni hay una ciencia socialista ni un dogma socialista que lo ilumine todo. Aunque lo soñara Neruda, no estaba su generación subiendo el último peldaño; tampoco la nuestra. Nos toca seguir subiendo la escalera.
¿Acaso los principios del socialismo y el mensaje de Cristo no pueden, simultáneamente, empujarnos hacia arriba en esa escalera? Yo así lo creo, y pienso que las vías de este encuentro no pasan por rechazar a las personas que sin conflicto intelectual y sin lealtades divididas se confiesan militantes socialistas y creyentes cristianos. Para lograr ese impulso positivo basta con arrumbar las intransigencias cientifistas y las credulidades religiosas.
En una palabra: para ser fiel a los principios hay que renovarse y perder el miedo a no reconocernos en las viejas identidades. No necesitamos ni crédulos visionarios ni militantes descreídos.
En uno de sus Veinte poemas de amor escribió Neruda: "Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos", y me digo que si el verso nos lo aplicáramos los socialistas, la explicación también podría ser que hemos perdido fervor hacia nuestra causa y, para más inri, que apenas si acertamos a definirla de modo que estimule los corazones de las personas que aspiran a dar sentido ético a sus vidas. La falta de sintonía entre seguidores comprometidos del evangelio y los militantes de partidos progresistas, lejos de ser motivo de satisfacción intelectual debería constituir causa de preocupación.
Como socialista me siento mucho más cerca de las enseñanzas y de la vida del obispo Romero, de Nicolás Castellanos, Ignacio Ellacuría, etcétera, que de los ortodoxos marxistas que siguen considerando la religión como el opio del pueblo.
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