"Lo nuestro es atención personalizada"
José Barrero acarrea equipajes en Chamartín pese a la competencia de carritos de alquiler y maletas rodantes
Veinte duros por bulto y se admiten propinas. Es el salario de José Barrero Marcos, quien dejó de vigilar de noche para cargar de día. Un experto en oficios caducos: sereno primero, mozo de estación después; dos trabajos tradicionales en los asturianos emigrantes de su época.Llegó a Madrid desde Cangas de Narcea en 1963, "para heredar la plaza de sereno" de un tío suyo. Al cabo de cuatro años de rondar por la calle de Barquillo, le pasó el aro de llaves y el chuzo a un cuñado que ya tenía dos criaturas que sacar adelante. "Además, la noche no me gustaba", justifica.
Don José echó una instancia en Renfe, presentó un certificado de penales limpio y se convirtió en mozo de estación provisto de un carrito. Desde entonces han pasado miles de bultos por sus manos y más de 30 años por sus espaldas.
Ahora, con los 58 cumplidos y las vértebras algo tocadas, este hombre jovial alterna la resignación con la inquietud: los carritos de pago y en régimen de autoservicio han llegado a la estación de Chamartín, donde sólo sobreviven 15 mozos que ya no lo son tanto: la mayoría peina canas.
"Lo de los carritos se veía venir. Desde que los pusieron, en diciembre pasado, el trabajo ha caído muchísimo. Sin embargo, creo que nosotros siempre haremos falta en una estación como ésta", sostiene Barrero.
-¿Por qué?
-Porque no sólo llevamos el equipaje desde el coche hasta el tren, sino que también lo acomodamos. Damos un servicio y una atención personalizados.
-¿Quién recurre a ustedes?
-Mucha gente nos prefiere, porque no se hace a subir y bajar las maletas. La mayoría son personas de edad. Cuando no se valen bien, los ayudamos también a ellos.
-¿Qué reciben a cambio?
-Cobramos veinte duros por cada bulto, independientemente de lo que pese. Los clientes suelen añadir algo de propina.
-¿Compiten con los carritos de alquiler?
-Hombre, esos cuestan 150 pesetas y hay que empujarlos. Nosotros damos mejor servicio.
Renfe se ha decantado por el tire usted mismo. Autorizó la instalación de los carritos de alquiler en Chamartín sin percibir ingresos por ello. "Los usuarios lo pedían", justifica una portavoz. Además, la compañía no admite, desde hace años, la entrada de nuevos maleteros, "mozos exteriores", en lenguaje oficial ferroviario. Así las cosas, Chamartín y Atocha (menos de media docena) se reparten la veintena de maleteros de carne y hueso que pululan por los raíles madrileños.
"Da un poco de pena que no haya continuidad en este oficio, pero la vida pasa y nosotros pasamos. Esto no lo quiere nadie. A veces pienso que sobramos los que estamos. No hay tarea para más", filosofa don José. Él y sus compañeros trabajan como autónomos y, mes con mes, sacan 100.000 pesetas limpias por sus acarreos, calcula el mozo. Y eso llegando a la estación con el primer tren ("el Intercity a Barcelona de las siete") y marchando tras el resoplido del último ("el talgo que viene de Alicante a las 23.52"). Los ratos de menos tránsito se pasan entre partidas de cartas, charla y café. "Hay que echar muchas horas aquí para llevarse un duro a casa".
Don José, como el resto de sus compañeros, vive en estas fechas su momento dorado. "Las vacaciones de verano, Navidad y Semana Santa, son las épocas mejores. El día más loco es el de Año Nuevo", detalla. La jornada más negra, imborrable, fue la del 29 de julio de 1979: una bomba de ETA en la consigna de Chamartín segó dos vidas. "Fue algo horrible, mi peor día aquí", se conmueve aún Barrero. Esa misma fecha, y con igual sistema, la banda terrorista asesinó a otros dos ciudadanos en Atocha y a uno en el aeropuerto de Barajas.
El recuerdo negro no empaña el cariño por un oficio "distraído" y dado a la clientela fija, pese a que los maleteros se organizan en turnos para atender a los viajeros. Unos viajeros que se pasan a los equipajes con ruedas.
Las maletas de madera y los vagones de tercera subsisten en la memoria de don José, como las anécdotas sobre pasajeros que llegan con el tiempo justo y recurren a dos mozos: uno para cargar con el equipjae y otro para que corra a pedir al factor que demore un instante la salida.
Por ayudar, porteadores como él han llegado a transportar al cliente encima de los bultos. "Desde que hay sillas de ruedas disponibles, ya no nos lo piden", aclara don José. Ahora los mozos acarrean también ordenadores. "Los peores equipajes son los esquís y los palos de golf, porque se escurren del carro". Y el carro es una pena que arrastra Barrero. Hace un par de meses le robaron el más antiguo de los tres que tenía, el que compró, por 1.000 pesetas, cuando debutó en el oficio y cobraba un duro por bulto. No le consuela que a Manolo Escobar le pasara lo mismo.
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