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Buitres

Nunca entendí su mala fama. La perversión que el lenguaje popular les atribuye al mencionarles siempre en relación con los comportamientos más abyectos resulta tan irreal como infundada. Los buitres no son animales malvados ni sus actitudes y hábitos naturales justifican el que se los compare con las conductas más reprochables del ser humano. Es de uso común el llamar "buitre" a quien se aprovecha de la desgracia ajena o al que salta sobre los más ingenuos ante el menor signo de debilidad. "Buitre" le denominan también al que practica el gorroneo o al ligón profesional en permanente acecho a sus piezas potenciales. He visto con desagrado en las viñetas de conocidos humoristas cómo al buitre le enfundaban una capucha de las que usan los etarras para vincular el proceder de quienes practican el terror con estas aves falconiformes. Es injusto. Si los buitres no existieran habría que inventarlos porque su labor sanitaria en la naturaleza resulta impagable. Los buitres son pájaros carroñeros que se alimentan fundamentalmente de animales muertos. Limpian de cadáveres el campo, completando su dieta con alguna presa viva de pequeño tamaño. Sólo en ocasiones muy excepcionales, situaciones de hambruna severa, atacan al ganado, pero nunca con la asiduidad con que lo hacen ciertas aves rapaces que, sin embargo, ostentan un gran prestigio social.Los buitres son un prodigio de la naturaleza del que Madrid tiene el privilegio de disfrutar. Hay varias colonias situadas principalmente en la sierra norte y de su tradicional presencia da cuenta el municipio de Buitrago de Lozoya, cuya etimología está a todas luces ligada a ellos. Nuestra región se permite el lujo de acoger un buen número de buitres negros y de buitres leonados, una especie esta última de la que se encuentra en España el 80% de los ejemplares que habitan en todo el mundo. Personalmente adoro a esos animales. Los he observado durante horas evolucionando en las montañas de la región. Su enorme porte, hasta un metro y medio de punta a punta de las alas, su vuelo majestuoso recorriendo colinas y valles, les convierten en uno de los espectáculos más soberbios de cuantos ofrece nuestra fauna salvaje. Una visión no siempre valorada por quienes acuden a los espacios en que habitan. Hay en la sierra de La Cabrera varias buitreras que se conservan milagrosamente a pesar de la proximidad de zonas densamente pobladas.

Este tipo de aves son particularmente sensibles a la compañía humana, con la que no están dispuestas a competir por el territorio. El riesgo de aproximarse más de lo debido a sus nidos, que ellas siempre instalan en lugares escarpados y de difícil acceso desde los que emprender el vuelo, es que terminen por abandonarlos. Así ha ocurrido lamentablemente en alguna ocasión a causa de la invasión de moteros que practican impunemente el trial subiendo con sus máquinas por aquellas serranías. Todo un alarde de destreza deportiva que sería digno de aplauso a no ser por el irreparable daño que causan levantando la capa vegetal y ahuyentando con su estrépito a todo ser vivo no habituado a tales estridencias. Hay en ese macizo montañoso una cresta que supera los 1.800 metros de altura. Se la conoce como Mondalindo o Montelindo y entre las cavidades de sus pétreos cortados hay una buitrera donde he llegado a ver con prismáticos esos enternecedores pollos de cabeza pelada. Los vi y los dejé de ver tras la acción de una banda de trialeros que alcanzaba la gloria trepando reiteradamente con las motos hasta la cima a pocos metros de aquel nido. De allí se marchaban con el mismo ruido que traían sin sospechar siquiera la mudanza que estaban forzando.

Hay sobre la mesa de la ministra de Medio Ambiente, Isabel Tocino, una carta de su homólogo israelí Rafael Eiten. Le pide buitres, un centenar de buitres para repoblar la zona del Golán, territorio ocupado a los sirios desde 1967. Allí había buitres leonados, pero los colonos judíos envenenaron con un derivado del fósforo los cadáveres de su ganado muerto por los ataques de lobos y rapaces y acabaron con todas las aves carroñeras. Aquellos colonos hebreos no merecen volver a contemplar sus evoluciones. Ojalá que ningún comportamiento indeseable prive a los madrileños de tan sublime espectáculo.

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