El niño
El pasado viernes -aún no había despuntado el alba- nació en Madrid el niño Felipe Juan Froilán de Todos los Santos, hijo de los duques de Lugo, ella, Elena de Borbón y Grecia, e infanta; él, Jaime de Marichalar, de las mejores familias castellanas. Felipe Juan Froilán de Todos los Santos tiene el inconfundible semblante borbónico, según testimonio de su abuelo y Monarca, y, según el del médico que asistió al parto, es también largo, con lo cual hace honor a la estatura de la familia.Los ciudadanos a quienes los periodistas preguntaban su parecer sobre el acontecimiento daban por supuesto que sería también muy rico -en el sentido cariñoso con que se piropea a los recién nacidos-, y los expertos informaron de que no es infante, si bien tiene tratamiento de excelentísimo señor. Un formulismo redundante porque Froilán, en la lengua germánica de donde procede, significa precisamente señor.
Traerá cola el nombre y uno vaticina que a partir de ahora muchos niños se llamarán Froilán. El pueblo español es muy mimético en cuestiones onomásticas. Felipe y Sofía, por ejemplo, varias décadas atrás eran nombres que no denotaban relevancia social, al estilo del tan dilecto Borja o del eufónico Vanesa -en realidad, un acrónimo que se inventó Jonathan Swift-, y en cambio se pusieron de moda en cuanto tuvimos con esos nombres nada menos que una princesa luego reina, un príncipe heredero y hasta un presidente del Gobierno.
Felipe Juan Froilán de Todos los Santos no será infante, pero es rey. De momento es el rey de la casa, como todos los niños. Los niños mandan más que el emperador de la China. En cuanto se ven en la cuna arropaditos con delicadas sábanas y les ponen los patucos, van, dicen "¡Ngué!" y ya tienen a todo el mundo boca abajo. Algunos comentaristas se maravillaban de que se hubiese visto a doña Elena de Borbón comprando ropa para el bebé "como cualquier madre", y de que don Juan Carlos hablara con emoción de su nieto "como cualquier abuelo". La verdad es que algunos comentaristas parecen llegados de otra galaxia. Doña Elena de Borbón creerá morir de dolor cuando su hijo tenga la primera fiebre; a don Juan Carlos se la caerá la baba cada vez que coja al niño en brazos -si es que le dejan, pues hay padres muy suyos-, y ambos, y la familia real entera, se derretirán de gusto si el niño sale simpaticón, o si es de los que se enfurruñan, para consolarlo se pondrán a hacer el oso.
Todo vale para que los niños estén contentos. Padres de severo porte se ponen a cuatro patas y sirven de caballito, madres ateas les acunan cantándoles la Salve Regina Mater Misericordiae -que es de mucho dormir-, tíos que están a dos velas les regalan sofisticados ingenios virtuales, los hermanos mayores asumen encantados funciones subsidiarias de la paternidad, los vecinos les hacen mimos.
Nació Felipe Juan Froilán de Todos los Santos y ese mismo día se supo que en Holanda una red de pedófilos corrompía niños de corta edad. No es un suceso insólito. Mundo adelante se dan múltiples casos de gente desalmada que abusa de los niños, los manipula y los envilece. Y lo hace desde la impunidad, pues los niños sólo son los reyes de la casa si viven en la normalidad, mientras que si las cosas vienen mal dadas constituyen un colectivo en total indefensión.
Los niños no pueden valerse por sí solos, no tienen medios ni siquiera fuerza física para huir de la humillación y del terror, no disponen de plataformas reivindicativas, no votan. En este Madrid donde nació hace cuatro días en medio de la general alegría Felipe Juan Froilán de Todos los Santos, se ven niños pidiendo limosna, niños que bandas de desalmados alquilan para mendigar, niños maltratados, niños prostituidos. Que esto siga ocurriendo en Madrid sólo se explica desde la insensibilidad o la incompetencia o la desvergüenza de las autoridades municipales, comunitarias y gubernativas.
Felipe Juan Froilán de Todos los Santos y los restantes niños madrileños protestan por ésta intolerable situación. Y lo dicen: "¡Ngué!".
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