Vertedero
La tradicionalmente amable ciudad que era Madrid, donde la discreción hacía posible un anonimato y no se preguntaba a la gente de dónde venía, se ha convertido en un monstruo infame, vertedero de todas las Españas, sin amor propio alguno siquiera por las apariencias, saturada por suciedad, ruido y motorización. La discreción es ahora falta de respeto de muchos conciudadanos: los que hacen ruido, contaminan, revientan peatones en los pasos de cebra y ciclistas en arcenes, invaden aceras, impiden el paso a minusválidos, carritos de la compra o coches de bebés. El municipio mira para otro lado.Los coches de servicio público (taxis y autobuses) no dan precisamente ejemplo. Se saltan semáforos, conducen en dos carriles y contaminan y calientan la ciudad cuando paran con el motor encendido en final de línea (¿sabe la EMT lo que significa ahorro y medio ambiente?). Los coches privados, por su parte, viven su peculiar ley de la jungla, a ver quién atropella a más personas en esta ciudad donde muere más gente por el tráfico que en las carreteras de la Comunidad. La policía mira hacia otro lado.
La Nacional dice que no tiene competencias para los delitos que están en el Código Penal cometidos por conductores: coacciones (segunda fila), los medioambientales y la conducción temeraria con resultado de muerte.Se podría atribuir al lobby automovilista la lenidad de los sucesivos alcaldes y concejales. Sin embargo, Francia y Alemania tienen una industria del motor más fuerte y sus ciudades están limpias y los peatones pueden vivir.
Por último, los centenares de obras inútiles. No es justificable repavimentar por quinta vez una acera si hay viajeros interurbanos que no tienen desde hace años una visera que les proteja del sol y de las lluvias.
¿Con qué cara se miran los concejales al espejo? ¿Pueden dormir?- .
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