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El entierro de los niños muertos en el Ulster provoca un estallido de dolor y resentimiento

Chrissie Quinn enterró ayer a sus tres hijos y se marchó para siempre de Ballymoney, el pueblo norirlandés marcado por la ferocidad de un viejo odio sectario que se resiste a morir. Richard, Mark y Jason, de 10, 9 y 8 años, los niños que fueron quemados vivos por extremistas protestantes que atacaron su casa mientras dormían el domingo, yacen ahora en un cementerio católico de Rasharkin. Su madre, de 29 años, vivirá cerca. Escoltada por los bomberos que intentaron en vano salvar a sus hijos, ayer marchó detrás de tres ataúdes blancos sobre los que juró jamás regresar a Ballymoney.

Tapias de madera cubren las puertas y ventanas ennegrecidas de su casa en el barrio protestante de Carnany Road. Ayer, poco antes del entierro, unas mujeres se acercaron allí para dejar ramos de flores al lado de dos bicicletas abandonadas.Bajo la lluvia y un silencio interrumpido sólo por sollozos, centenares de hombres, mujeres y niños se agolparon en el camino para inclinar la cabeza y orar frente a un trágico símbolo del más reciente espasmo de violencia sectaria en Irlanda del Norte. Estaban unidos en la tristeza católicos y protestantes, políticos y campesinos, ancianos y jóvenes. Fue un funeral solemne con el trasfondo de un verde paisaje rural de serenidad sólo aparente. El Ulster es fértil en odio y represalias. A esa realidad estaban dirigidas las oraciones que retumbaron dentro de la iglesia de Nuestra Señora y San Patricio. "Toda la comunidad ha sido herida, toda la comunidad está de luto", dijo el obispo de Down y Connor, Patric Walsh. "Nos reúne el dolor por la muerte de estos niños, pero nuestro dolor compartido es un faro que guía las esperanzas de nuestra comunidad. Que ilumine también el camino de nuestro país tan afligido", dijo el párroco Peter Ford.

Pero tanta congoja no consiguió aplacar el resentimiento. "Esto lo ha hecho Drumcree", susurró una señora de negro que desapareció entre la gente tras dejar unos lirios sobre las tumbas.

Ésa es una reflexión que comparte gran parte de los norirlandeses aterrorizados por la brutalidad que ha adquirido la crisis de los desfiles a raíz de la intransigencia de la Orden de Orange. Acampados en la colina de Drumcree, los orangistas ultraprotestantes cumplieron ayer su undécimo día de desafío a la prohibición de atravesar Garvaghy Road, la arteria del barrio católico. La postura orangista ha alentado a grupos de extremistas protestantes, como los criminales que incendiaron la casa de los Quinn porque la madre era católica. No protegió su hogar el que estuviera casada con John Dillon, el padre protestante de Richard, Mark, Jason y Lee, el hermano mayor, que se salvó de la muerte. Ni el hecho de que ahora tuviera un nuevo compañero también protestante. Como tantos otros protestantes del condado de Antrim, Dillon marchó ayer sollozando y acariciando los ataúdes hasta la iglesia católica que sus hijos jamás habían pisado: aunque católica, Chrissie, había decidido no bautizarlos. Los encarriló más bien hacia el protestantismo en la creencia de que les salvaría de ser perseguidos y acosados por los unionistas.

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