Esos del bombín
La violencia sectaria ha regresado al Ulster; la que enfrenta a sociedades. Era de temerse. Tanto que el proceso de paz se diseñó para llegar a estas fechas con todas las citas electorales cumplidas antes de que se iniciara la temporada de marchas protestantes. Si se logra superar esta estación sin estropicios irremediables -y la muerte de tres niños ayer es uno de ellos-, el proceso podrá consolidarse. Eso es justamente lo que temen tantos protestantes. La responsabilidad esencial recae ahora sobre los protagonistas de esas marchas, esos señores con bombín de la Orden de Orange, que desfilan al son de las flautas y los tambores -hay que haberlos visto-, y pretenden, como en Garvaghy Road, en Portadown y también en Belfast, pasar, desafiantes, por los barrios católicos. Porque siempre lo han hecho; desde 1807, al menos, en este caso que ha provocado una gigantesca sentada y puede ser una chispa que prenda fuego a la situación.Los protestantes intransigentes ven cómo el proceso de paz ha abierto una puerta de esperanza a católicos y nacionalistas, mientras se cierra la suya. Ellos que siempre habían contado -hasta ahora- con el respaldo final de Londres, creen que pueden cargarse en la calle -que no en las urnas, donde fue refrendado por un 71% de los votos- el proceso de paz. En la quema de iglesias y viviendas de católicos, y en estas provocaciones, se puede apreciar un cierto diseño. Experiencia tienen. Pues, ya en 1974, los de Paisley dinamitaron los acuerdos de Sunningdale para restablecer un Gobierno autónomo en el Ulster.
Son pocos los orangistas que no son contrarios al acuerdo. El recién elegido ministro principal del Ulster, David Trimble, pertenece a sus filas, y es una excepción, aunque uno de los objetivos de lo que está ocurriendo sea, justamente, desestabilizarle. De hecho, los protestantes están divididos, lo que ha llevado a que, por vez primera en unas elecciones en el Ulster, el partido más votado (aunque no el que más escaños ha logrado) haya sido el Socialdemócrata y Liberal (SDLP) del católico John Hume. Pero la Orden de Orange -"una carta difícil de jugar", que dijera de ella Winston Churchill- es poderosa, fuerte de sus casi 100.000 miembros organizados al estilo de logias masónicas, y que nació para perseguir a católicos en el campo, hija de esa sociedad secreta que se llamaba Peep O"Day Boys. Transversal entre los protestantes, entre ellos, y otras hermandades, hay mucho de fanatismo, de desafío y de insulto. En ello entronca en estos días con un cierto gamberrismo entre algunos protestantes, versión ulsteriana del hooliganismo inglés, con parecidos problemas sociales.
En la estela de los llamados disturbios que empezaron en 1969 y ante los que los católicos se sintieron desprotegidos, renació el IRA. Su brazo político, el Sinn Fein, colabora en el lanzamiento institucional de los acuerdos de Stormont. Metido en esta lógica, su presidente, Gerry Adams, se ve obligado a salvar a Trimble para salvarse a sí mismo. ¿Por cuánto tiempo? Los grupos marginales, como el Comité para la Soberanía de los 32 Condados, vinculado a esa escisión que es el llamado IRA Auténtico, parece estar ganando adeptos. En el fondo, lo que buscan los más extremistas nacionalistas y los radicales protestantes es provocar la vuelta del terrorismo, pues también se justifican en él. ¿Resistirá el IRA la tentación de interrumpir la tregua? Desde luego, los católicos no confían en la policía local, mayoritariamente protestante y cuya reforma es una de las cuestiones a examinar en el proceso de paz.
El primer efecto es que, en vez de reducirse -uno de los objetivos del proceso de paz-, la presencia militar británica en el Ulster se ha tenido que reforzar, para separar comunidades enfrentadas e incluso para proteger a los católicos. Lo que está cada vez más claro es que Inglaterra empieza a estar ya harta de los irreverendos Paisley y de esos señores del bombín, que llevan este atuendo tan británico, pero pasado de moda hace tiempo en el Londres del cool Britannia. Es de esperar que se pueda desactivar este polvorín social, incluso con los católicos cediendo algo, para que del bombín no se vuelva a la bomba. Ortega@elpais.es
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