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Reportaje:

Dueña de su peor pesadilla

El año pasado, a sus 62 años, Zypora Frank descubrió una realidad terrible: su familia había sido propietaria de la tierra sobre la que se erigió el campo de exterminio de Auschwitz, donde los nazis habían matado a la mayor parte de su familia materna. De hecho, la señora Frank tenía aún derechos sobre esa tierra. "Estar conectada con aquel lugar fue horrible. Mi presión sanguínea subió. Empecé a sangrar por la nariz. Creí que me moría". Aquel descubrimiento ponía fin a una búsqueda que le hizo comprender por qué su madre estuvo durante décadas aislada del mundo. "Fue como si Dios hubiese hecho una broma pesada, la de un judío dueño de Auschwitz".Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, en la casa de sus padres no se podía mencionar el holocausto. Hasta 1987, cuando a la señora Frank le invitaron a visitar los lugares que protagonizaron el sufrimiento del pueblo judío, sus padres no rompieron su silencio.

Hicieron todo lo posible para que no fuese y, finalmente, le mostraron las escrituras de sus propiedades en Brzezinka, un pueblo al lado de Auschwitz que los alemanes llamaron Birkenau. Allí los nazis habían instalado un importante campo bautizado con el nombre de Auschwitz II. Según su versión, sobre aquel lugar hubo una fábrica de tejas, equipada de grandes hornos y vías de tren que llegaban a ella, cuyo dueño era Joseph Melzer, el abuelo materno de Zypora. El descubrimiento le horrorizó, pero no le disuadió para visitar aquel lugar.

A su vuelta, los padres habían retomado el mutismo. "Era como si quisiesen borrar de un plumazo todos los recuerdos", dijo la señora Frank. "Querían hacerme creer que tuve una infancia común". Pero recordaba lo suficiente como para saber que no era así. Su miedo a los vagones de tren, a la policía, a cualquier uniforme; la necesidad constante de tener un billete de salida del lugar donde se encontrase, aunque fuese Israel, su querida casa; la colección de muñecas que empezó ya adulta como si intentase reemplazar las que nunca pudo tener: todo atestiguaba una infancia bañada en horrores.

Cuando los alemanes invadieron Polonia en 1939 la familia Frank huyó a la Unión Soviética. Viajaron en un camión de ganado hasta Siberia, y de allí a Tajikistán hasta que, al finalizar la guerra, pusieron rumbo de vuelta a Polonia. En la frontera, se toparon con una multitud de polacos amotinados. "Era el 23 de mayo de 1946, lo recuerdo porque era mi cumpleaños y estrenaba un vestido precioso", rememora la señora Frank. "Tiraban piedras y gritaban contra los judíos. Alguien lanzó una granada". Dos personas murieron, una de ellas al lado de la chica de 11 años recién cumplidos cuyo vestido acabó salpicado de sangre.

Los padres de la señora Frank concluyeron que los polacos querían terminar lo que los alemanes habían empezado. Tomaron una decisión: harían pasar a sus hijos por huérfanos para mandarles a Palestina. Durante un año los niños vivieron en un orfanato ortodoxo de Estrasburgo, hasta que otro milagro reunió a la familia y les llevó a Palestina.

Pero aquellos meses de separación no pasaron en vano. La madre había cambiado, ahora era más reservada, silenciosa, formal. En los últimos años de su vida, mientras sucumbía al síndrome de Alzheimer, hizo un viaje de vuelta a un infierno reprimido durante años.

En 1995 el marido de la señora Frank murió de cáncer. Su socio la persuadió para que contase su historia. "Creo que la gente está olvidando aquello", explica, "siempre hablamos de cifras -seis millones de judíos exterminados, un millón y medio de niños-, el cerebro no puede hacerse una idea. Entonces pensé: si cuento mi historia personal, quizás pueda influir a otras personas y lleguen a comprender".

Acompañada de un equipo de televisión, el año pasado la señora Frank volvió a Polonia. En los archivos de Birkenau un abogado buscó los documentos que confirmasen lo que sus padres le confesaron en 1987. Nada.

"Mis sentimientos se entremezclaron. Por una parte era un alivio saber que no estaba relacionada con aquel lugar", recuerda, "por otro, era como si mi madre hubiese desperdiciado media vida sintiéndose culpable por ser propietaria de una tierra que no era suya, por seguir viva".

Al día siguiente, el 24 de noviembre de 1997, visitaron Auschwitz. Y allí, en el registro del pueblo, encontraron la propiedad de su abuelo, ahora suya y de su hermano. Veinticuatro mil metros cuadrados que acabaron convirtiéndose en el más famoso campo de exterminio habían sido su fábrica de tejas.

"¡El horror! ¡Encontrarse de pronto conectada a Auschwitz, al mundo que puso en pie la cosa más horrible jamás construida! Ni yo misma puedo comprender lo que sentí", recuerda la señora Frank, "De repente, allí estaba escrito: "Auschwitz". Lloraba. Fue como si Dios hubiese hecho una broma pesada, la de un judío que era propietario de aquel lugar".

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