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Yeltsin asegura que hará frente a la amenaza de un golpe de Estado extremista en Rusia

Si algo necesita Borís Yeltsin para salir del sopor que a veces le atenaza es una crisis al rojo vivo. En situaciones de emergencia, el presidente ruso se crece, aunque no sea ya el mismo que se enfrentó en agosto de 1991 al golpe comunista. Ahora, con la economía al borde de la quiebra y con rumores para todos los gustos, el líder del Kremlin, aunque sin subirse a un carro de combate, planta batalla al enemigo, real o ficticio. Ayer empleó su tono más combativo para asegurar que tiene fuerza y energía suficientes para cortar en seco "cualquier intento extremista de tomar el poder".

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Yeltsin tiene claro cuál sería el destino de quienes preparasen un golpe. "Fracasarán", dijo ayer en el Kremlin, tras una reunión con altos mandos militares. Y añadió que "Rusia necesita una autoridad fuerte; no una mano dura".El peligro al que hizo referencia el líder de la segunda potencia nuclear del planeta no es ahora demasiado visible, aunque haya sido objeto últimamente de rumores con repercusiones en los mercados financieros y de algún que otro análisis supuestamente científico. Sin embargo, la situación del país es tan dramática y el peligro de hecatombe económica tan palpable, que no se pueden evitar las comparaciones con agosto de 1991, y ya hay quien ve a Yeltsin recluido "por motivos de salud" e "incapacitado para ejercer sus funciones" en una isla de Karelia, a donde piensa ir de vacaciones, igual que le ocurrió a Mijaíl Gorbachov en su dacha de Forós (Crimea).

El presidente ruso sólo necesita una cosa para afianzarse en el poder y terminar de deshojar la margarita de si aspira o no a la reelección en el año 2000: que le cuadren las cuentas. Pero ésa no sería tarea fácil. El desequilibrio entre ingresos y gastos es aterrador, el rublo se tambalea, la Bolsa se hunde, la deuda se multiplica, los intereses se disparan, la producción se estanca, los sueldos no se pagan y los trabajadores desahogan su furia exigiendo la dimisión de Yeltsin.

Ayer mismo, el Consejo de la Federación (Cámara alta del Parlamento) pidió al presidente que evite el colapso de la industria de defensa, uno de los pilares del Estado en tiempos soviéticos. La crisis, asegura una resolución de los senadores, "ha alcanzado tal escala que amenaza a la seguridad nacional". Un ejemplo: más de 400 empresas del sector son insolventes.

Esta llamada de atención desvirtuó la buena noticia que supuso para el Gobierno que el Consejo diese su visto bueno inicial al paquete de medidas de estabilización, destinadas a recaudar más y gastar menos, que defendió el propio primer ministro, Serguéi Kiriyenko. El programa se debate también en la Duma (Cámara baja) y, si todo marcha según los planes de Yeltsin, debería aprobarse para mediados de mes.

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Kiriyenko se ha encontrado a sus 35 años, y con sólo uno de experiencia de Gobierno, con una carga demasiado pesada que, hasta ahora, soporta sin cometer errores, aunque sin conseguir que la oposición comunista y nacionalista le levante el anatema. Ayer reconoció el deterioro de los mercados financieros y el peligroso aumento de la tensión social, pero defendió sus propuestas con rigor y tenacidad, y se reafirmó en que se pagarán las amortizaciones de la deuda y no se devaluará el rublo.

A corto plazo, parece que la única forma de evitar el colapso económico, de potenciales y devastadores efectos en la estabilidad política, sería la concesión rápida y sin cicatería de la ayuda de emergencia pedida al FMI: entre 1,5 y 2,3 billones de pesetas. Anatoli Chubáis, representante especial de Yeltsin para esta negociación, asegura que hoy mismo puede haber un acuerdo de principio, pero la mayoría de los analistas no cree que se pueda tocar el dinero antes de agosto. El número tres del FMI, John Odling-Smee, viajó anoche a Moscú para dar un empujón al proceso.

Yeltsin no ha dudado en recurrir a los amigos. Ayer habló por teléfono con el canciller germano, Helmut Kohl; el primer ministro británico, Tony Blair, y el jefe de Estado francés, Jacques Chirac, y estaba previsto que lo hiciera con el presidente estadounidense, Bill Clinton, y el director del FMI, Michel Camdessus. Según el Kremlin, Yeltsin encontró por doquier comprensión.[La Casa Blanca expresó su deseo de que las negociaciones entre Rusia y el FMI concluyan pronto, informa Reuters.] Así, con este negro panorama y con el entusiasmo popular trocado en desencanto, celebrará mañana Yeltsin el séptimo aniversario de su elección como presidente de una Rusia que era entonces, tan sólo, una de las 15 repúblicas de la URSS que él mismo dinamitó.

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