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El amanecer desde un quiosco

Antonio Gonzalo Rodríguez, Chalo, lleva 65 años viendo salir el sol en Plaza Nueva, aunque también se podría decir que es el sol -más o menos cubierto- quien lleva 65 años saludándolo puntual y educadamente. 65 años viendo un amanecer tras otro da para mucho. Desde su quiosco de prensa ha visto pasar una guerra, ha observado los contactos clandestinos de los enviados por el Socorro Rojo, ha visto desfilar a decenas de magistrados llevados de la mano por sus portafolios a la Audiencia, a alcaldes antiguos, a jerifaltes, a pobres de pedir... Más fácil sería preguntar: ¿a quién no ha visto Chalo?, ¿con quién no ha intercambiado unas palabras en 65 veranos y 65 inviernos?. "Los fríos antiguos", evoca, "eran el doble de los de ahora. En octubre se helaba el agua sucia de la lluvia y no se derretía hasta junio. Paco, el de la farmacia, me echaba alcohol para que reaccionaran las manos. Pero con los años el verano hace tanto daño como el frío, que ya no es aquel antiguo". Antes que él, su padre y su hermano regentaron el quiosco. Vendieron prensa hasta que estalló la guerra. Tenían un quiosco de madera, un regalo del librero Negrete, pero lo cerraron en el verano de 1936 por las represalias. Su hermano fue fusilado por los facciosos; su padre encarcelado. Chalo tenía seis o siete años y vendía la prensa -Abc, La Unión, La Fe- por los cafés, si es que los camareros no lo cogían antes por el cuello de la camisa y lo echaban a la calle. "Los señoritos pagaban para que fusilaran a éste o aquel por rencillas personales. Mi hermano tenía 23 años, era simpático, se ganaba a la gente y las rencillas se lo llevaron por delante". En los huecos que las decargas de fusilería abrían en los muros del cementerio aparecían muchas veces flores rojas, amarillas y violetas. "Yo veía pasar los camiones de los militares, pero no era consciente de lo que pasaba. Los posguerra no fue tan dura. Hubo unas temporadas mejor que otras. Cuando terminó la guerra volvimos a abrir el quiosco. Recuerdo cuando vino el hijo del novelista Conan Doyle y su mujer. Decían que ella era zarina. Arrambló con muchas antigüedaes y con muchas cajas de güisqui. Fue de los primeros turistas que vinieron a Granada gastando dinero". "Al gremio de los vededores siempre nos trataron con la punta del pie, hasta que en los años cincuenta fundamos la asociación. Abríamos a diario a las cinco de la mañana y cerrábamos a medianoche. Además había que ir en busca de los periódicos. Ahora el trabajo se ha dignificado más de la cuenta". "La mejor época fue la de los sobres de cromos de Vida y color y los primeros números de la Biblia y La Fauna de Rodríguez de Lafuente. Nos quedábamos por la noche a preparar paquetes de 25 o 50 sobres de estampas. En los bares te encontrabas a personas de 60 años intercambiando las estampas repetidas. El sobre costaba una peseta, pero en aquel tiempo era dinero, quizá más de la cuenta", comenta. Ahora los quioscos están forrados con 400 revistas, más de veinte periódicos, innumerables colecciones, libros, discos... y Chalo, a los 72 años, acompañado de su hermano Eduardo, sigue en su puesto, con un horario más relajado: ¡Diez horas!. Su hijo mayor abadonó el quiosco por la hostelería, pero el menor mantiene la tradición. Con él los Rodríguez superarán el siglo viendo amanecer en Plaza Nueva.

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