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Pacto

Lo ha escrito bastantes veces Norberto Bobbio: la esencia de la democracia es la mediación, la práctica del compromiso entre opiniones, ideas e intereses en conflicto. Esa visión moderada y evolucionista de la política se opone a un extremismo a menudo marcado por fuertes dosis de antiilustración. Con todo, el pacto adquiere perfiles singulares cuando afecta precisamente a aquello que define a una sociedad ilustrada: la lengua, la ciencia y la cultura. Y no a su núcleo, donde sólo es válida la verdad científica, sino a su proyección política, a su normalidad social y a sus perspectivas de futuro. El sábado, en el Consell Valencià de Cultura se llegó a un compromiso que nadie puede tachar de antiilustrado, por más que la enrevesada formulación sobre la naturaleza del valenciano pueda resultar insólita. Lo que allí se aprobó (un reconocimiento implícito de la unidad de la lengua catalana pero también de la validez y tradición del término "valenciano" para referirnos a lo que hablamos) implica avances muy importantes. Por ejemplo, la derecha mayoritaria reconcilia sus posiciones en este terreno con las de la razón y la cultura. Y eso es de una trascendencia enorme. Lo saben los populares y los socialistas, artífices del pacto. Por eso le han dado en sus declaraciones el tratamiento de una cuestión de Estado. Se jugaba Zaplana su credibilidad en esta operación y ha demostrado que su talla política y su liderazgo social son mucho más sólidos de lo que parecía (pocas semanas antes del acuerdo nadie daba un duro por su capacidad para hacer entrar a algunos de los sectores de opinión más reacios en la maniobra). Se jugaba también el líder socialista, Joan Romero, mucho en la apuesta (el amago de moción de censura que sufrió hace unos meses aportaba, como uno de sus argumentos, la decidida actitud favorable del secretario general hacia el pacto lingüístico). Se han jugado mucho, en fin, algunos de los miembros del Consell de Cultura, que han dedicado su entusiasmo, su reputación intelectual y su esfuerzo a conseguir el acuerdo. Un acuerdo impugnado, de un lado, por el extremismo antiilustrado de Unión Valenciana, incapaz (por más que quiera presentarse como un "partido bisagra") de superar el lastre de sus orígenes, y de otro lado, por Esquerra Unida, desde una radicalidad razonada pero poco valiente. Las virtualidades del pacto habrán de disolver poco a poco esas resistencias. En todo caso, la prevista constitución de un organismo normativizador ha de ser tratada con la misma responsabilidad y sensatez, para lograr que la filología y la lingüística pasen a ser definitivamente cosas de filólogos y lingüistas y que el valenciano sea un instrumento normal en la vida de los ciudadanos.

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