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Seísmos monetarios

Tras unirse hace 200 millones de años en un gran bloque terrestre llamado Pangea, los continentes, a lomos de las grandes placas tectónicas en que se asientan, prosiguen su secular deriva por la corteza terrestre. La emigración hacia el Oeste de la placa americana desmembró de Europa el (luego) Nuevo Continente e hizo nacer el Atlántico; la separación entre Eurasia y África delimitó entre ambos el Mediterráneo; y el ulterior giro de África hacia el Norte incrustó en el sur de Europa una península -Italia- de cuya violenta acometida nacieron los Alpes. El terremoto que asoló la semana pasada el sur de Turquía fue un estremecedor testimonio de las consecuencias del rozamiento de placas. Nuestro planeta es un rompecabezas de grandes masas geológicas que, estables en su interior, sufren seísmos en las líneas de fractura que las delimitan.Los acuerdos de Bretton Woods de 1944 configuraron el sistema monetario internacional como un sólido bloque en torno al dólar americano, moneda que el Convenio y la práctica internacional erigieron como valor de referencia y medio de intervención para las restantes. Esa suerte de Pangea monetaria -la "zona dólar"- se empezó a desmembrar en los años 70, cuando la debilidad del dólar alumbró un nuevo bloque monetario en Europa que acabaría convirtiéndose en la flamente "zona euro". El desarrollo y consolidación de esta nueva "placa monetaria" estuvo jalonado de convulsiones: así, la libra irlandesa, en la línea de fractura entre la "zona marco" y el área de influencia de la esterlina, sufrió en ocasiones el desgarro ocasionado por las fuerzas contrapuestas del Continente y de Gran Bretaña (de ahí, por ejemplo, la cuantiosa devaluación que sufrió en 1993); las monedas europeas periféricas -la peseta, el escudo, la lira-, tras abandonar progresivamente el dólar como moneda de referencia, tardaron años en soldarse con firmeza al bloque marco; y todavía la dracma griega, sacudida meses atrás por la inestabilidad vivida en otras tierras emergentes, se afana por formar bloque con el euro. En la periferia de la Unión Europea, junto a países cuya moneda gravita ya hacia el euro -Estonia, Bulgaria...- abundan aquellos otros -Lituania, Rusia...- en los que el dólar ejerce su tradicional magnetismo.

La situación en Asia es distinta. El ascenso económico de Japón durante la posguerra no vino acompañado de un auge del yen como moneda internacional. Resultaron baldíos los esfuerzos estadounidenses por lograr la apertura y modernización de Tokio como gran plaza financiera internacional, paso esencial hacia la transformación del yen en un "marco alemán" asiático. Así, la moneda japonesa no sólo juega un papel secundario en las finanzas internacionales (representaba en 1995 apenas un 11% de las inversiones de cartera privada, frente al 36% de las monedas europeas y el 40% del dolar); tampoco actúa como divisa de referencia en la región. El caso más ilustrativo es Hong Kong, cuya moneda, tras abandonar hace años su vinculación con la esterlina, está manteniendo a trancas y barrancas una relación fija con el dólar. No ha surgido, pues, una "zona yen" que suelde en un armónico bloque las divisas de los países del área, las sujete a una "flotación conjunta" y las deje a resguardo de tensiones cambiarias.

El Lejano Oriente -al igual que el África austral, donde el rand sudafricano sufre temblores parecidos- es todavía el perímetro de esa antigua Pangea monetaria, la "zona dólar", cuyo centro, lejano, queda al otro lado del Pacífico. Por desgracia, el yen, incapaz de crear un bloque monetario sólido, ejerce sobrada influencia para arrastrar en su depreciación a las monedas de países circundantes.

Las líneas de fractura son peligrosas. Las geológicas provocan graves seísmos. Las monetarias, aunque mucho menos mortíferas, ocasionan también tensiones financieras y cambiarias que ponen a prueba la flexibilidad de las economías y la pericia de sus gobernantes.

manuel.conthe@skynet.be -

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