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FRANCIA 98

Inglaterra vuelve a suspender en los penaltis

Argentina se clasifica para cuartos en un partido intenso en el que Owen marcó un gol inolvidable

Santiago Segurola

Inglaterra volvió a suspender en una materia que le traumatiza. Fracasó en la rueda de penaltis, como en el Mundial de Italia y la Eurocopa del 96. Esta vez fallaron Ince y Batty después de un partido superlativo en tiempo y emociones, más intenso que cualquier otra cosa, con la vibración acostumbrada cuando se enfrentan estos dos equipos. Hubo dos penaltis, una expulsión, la prórroga, un gol inolvidable, maradónico, de Owen, una atmósfera eléctrica y un desenlace propio de lo que sucedió en Saint Étienne. El partido se montó sobre una paradoja. A partir de un juego muy imperfecto se vivió un duelo espectacular, una contradicción esperada por otra parte. Primero por las características de los dos equipos: aguerridos, tenaces, firmes de ánimo, más provistos de espíritu que de juego. Y segundo porque el ambiente tenía un carácter volátil, fácilmente contagioso a unos jugadores que salieron en un estado hipertenso, con tantas simetrías en su esquema y en su comportamiento que el partido sólo podía decidirse a través de los detalles y de los errores. Pero por encima de la lectura crítica siempre estuvo un duelo frontal y emotivo. El fútbol también es eso. Donde no llega la ortodoxia, alcanza la pasión.La contradicción máxima se produjo tras la expulsión de Beckham en el primer minuto del segundo tiempo. El asunto apenas tuvo trascendencia sobre el juego, porque el partido iba por otro lado. Precisamente fue entonces donde quedó más detallado el carácter actual de la selección argentina. Su dificultad para sacar provecho de una situación favorable habla mal del verdadero talento de sus jugadores. Su dependencia de Ortega fue extrema, para bien y para mal, porque Ortega ofreció todas sus vertientes. Tuvo periodos desesperantes. Pero en otras ocasiones le salía el jugador desequilibrante que a veces lleva dentro. Y entonces se generaba un problema de difícil solución para los centrales ingleses, poco acostumbrados a los juegos de astucia.

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El simétrico de Ortega debía ser Scholes, pero su actuación apenas tuvo relevancia. Así que el correspondiente fue Owen, que protagonizó la primera parte en dos acciones que le vinieron estupendamente a un duelo con tanta historia por detrás. Después de tanta panoplia con el partido del 86, con la mano de Dios y con el asombroso gol de Maradona, resultó que Owen fue un poco como el pelusa en las dos acciones que dieron vuelta al primer gol argentino, un penalti convertido por Batistuta.

Owen, jugador intrépido, veloz y listísimo, se fabricó un penalti que no existió. Esa jugada con Vivas no figura en el espíritu del fútbol inglés y cabría interpretarla como una trampa, la misma que tanto se recuerda de Maradona. Shearer marcó y el partido regresó a su estado inicial. Argentina encontraba de forma intermitente su vía por medio de Ortega; Inglaterra lo hizo con Owen, que también fue un poco Maradona en el maravilloso segundo gol inglés. La diferencia entre aquel gol del 86 y éste de Owen es que Maradona generó algo prodigioso a partir de la nada. El chico inglés tampoco lo tuvo sencillo, pero la posibilidad del gol fue evidente cuando metió la primera marcha frente a Chamot.

La jugada fue formidable por varias razones: el control de espuela en el medio campo, un toque delicadísimo que le sirvió para rebasar a Chamot y aventurarse con Ayala, abrumado por el quiebro y el cambio de velocidad de Owen, ahora frente a Roa, indefenso ante el remate cruzado del inglés, un tiro autoritario, inapelable. Por la calidad de su ejecución, por la trascendencia del momento, por el protagonismo de un jugador admirable, ese gol supera a cualquier otro de este Mundial.

En aquellos minutos difíciles, Argentina se aguantó con oficio, a la espera del segundo aire. Lo encontró en dos jugadas de Ortega y en una acción que descalifica a los defensas ingleses, que se comieron un gol de guardería. La campana había salvado a Argentina tras una primera parte de gran intensidad, con un protagonismo indiscutible de Owen y Ortega y con varios jugadores sin peso sobre el juego. Claudio López volvió a quedar muy desacreditado.

Por supuesto, Argentina dirigió las operaciones en el segundo tiempo. La expulsión de Beckham así lo exigía. Sin embargo, se produjeron dos hechos notables: Inglaterra soportó su difícil situación con una entereza extraordinaria, sin caer en la condición victimista que tanto daño provoca en estas ocasiones; por otro lado, Argentina siguió sin encontrar los caminos adecuados para batir a la defensa inglesa. La escasa utilización de los costados, tan necesarios en el segundo tiempo, se adivinaba en la alineación. Ni Simeone ni Zanetti pueden explorar esa zona. Y Piojo López desmiente enseguida su pinta de extremo. Le falta precisión, recursos y categoría.

Salió Gallardo para ayudar a Ortega, pero el partido se había condenado a lo emotivo. Inglaterra metió a Southgate y Batt para contener la presumible marea argentina. Ni en la prórroga giró el curso del partido, decididamente intenso en el campo y en las gradas, donde un fondo coreaba el Vamos, vamos Argentina y en el otro se oía el Come on, England. Se había establecido la puesta en escena necesaria para los penaltis, materia en la que los ingleses suspenden indefectiblemente. Lo hicieron en el Mundial del 90 frente a Alemania (Pearce), volvieron a fracasar en la Eurocopa 96 (Southgate) y en Saint Étienne persistieron en su quebranto (Batty). Por lo visto, algunas cosas son inmutables en el fútbol.

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