La serpiente de fuego
Consternación en la expedición de Santana cuando los músicos se enteraron de que su concierto de Madrid, anunciado para las diez, tenía que concluir obligatoriamente a las doce de la noche (el espacio de la actuación pertenece al excelentísimo Ayuntamiento). Debe saberse que Carlos Santana y su gente gustan de tocar un mínimo de tres horas. Pero no había margen para bromas: el manager del grupo había firmado su compromiso de que no habría exceso de duración y al hombre, bondadoso para lo que suele ser la especie de los representantes, no le cabía la camisa en el cuerpo.
Treinta años de cabecera de cartel han habituado a Carlos Santana a enfrentarse con problemas bastante mayores. Así que salió pisando el acelerador, con todos los motores rítmicos a pleno funcionamiento. La nueva formación de Santana, de la que ya se tenían noticias por su visita a Italia del pasado febrero, no se limita a recrear las clásicas: es un grupo orgánico que trata las piezas como si fueran goma de mascar.
Carlos Santana
Directora: Lesli Linka Glatter. Guión: Rick Ramage. EE UU, 1997. Intérpretes: Kenneth Brannagh, Madeleine Stowe, William Hurt. Madrid: P. de la Música, Amaya, Cid Campeador, Acteón, Morasol, Aluche, Luna y (en V. O.) California.
Carlos Santana (guitarras, voz, percusión); Chester Thompson (teclados); Benny Rietveld (bajos); Karl Perazzo (timbales, percusiones); Raul Rekow (congas, percusiones); Rodney Holmes (batería, percusiones); Tony Lindsay (voz solista, percusiones)
Invitados: Javier Vargas (guitarra); David Montes (cantante, percusiones). Patio del Cuartel del Conde Duque. Madrid, 29 de junio.
Carlos Santana sigue enarbolando la bandera de la libertad sobre el escenario que caracterizaba al rock de San Francisco. No le importó modificar el programa para que el amigo Javier Vargas y su acompañante pasaran media hora delirando con los gringos. Y estaba tan seguro de sus poderes que no empezó con los éxitos -Black magic woman, Oye como va, Jingo- hasta los 30 minutos finales.
Santana 1998 es una propuesta viva. Puede discutirse que haya un solo de batería en medio de un concierto tan polirrítmico. También entra dentro de lo dudoso la atención prestada a las canciones de Bob Marley, que pierden su esbeltez jamaicana ante un ataque tan feroz. No obstante, es cierto que el público madrileño agradeció inmensamente ese reggae mutante.
Carlos Santana continúa dominando ese lirismo tenso que se resuelve en grito puro de guitarra. Sus músicos cumplen brillantemente, destacando el teclista y -naturalmente- esa desbordante sesión de ritmo. No rebasaron la hora del cierre municipal y todos respiraron satisfechos. Incluyendo al atribulado manager, que ya se imaginaba en una nueva versión de El expreso de medianoche.
Babelia
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