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Romero

Han elegido al candidato que menos deseaba la derecha, al peor visto por la vieja guardia del partido. Las elecciones primarias de los socialistas valencianos han ofrecido un resultado tan sensato como espectacularmente ajustado. No se puede decir que Joan Romero haya contado con la benevolencia de los medios de comunicación para auparse, ni que haya dispuesto de un escenario cómodo. Y sin embargo, desde julio de 1997, cuando llegó a la secretaría general en un congreso nacional de infarto, conduce el PSPV con serenidad y abre poco a poco el espacio de una nueva política de izquierdas. Moderado, como lo es todo aquel que aspira a llegar a la mayoría, pero peligroso para los acuerdos tácitos de reparto del poder que se habían sedimentado durante años en la política y la sociedad valenciana, este dirigente encarna el futuro. Lo han acentuado las primarias. Si detrás de Clementina Ródenas se había agrupado una buena parte del sector que perdió el octavo congreso (con el lermismo en franca descomposición y el ciscarismo en pleno zafarrancho de combate), la contundente apuesta de Antoni Asunción, que a punto ha estado de desbancar a su aliado mediante la concertación de todo tipo de apoyos (el Movimiento por el Cambio, que se alinea con la mayoría del partido, pero también grupos del antiguo aparato en busca de su imposible supervivencia se han sumado a esa opción), ha hecho de la victoria de Romero algo mucho más nítido y meritorio. Pocas hipotecas del pasado puede sentir que tiene a las espaldas. Es esa una buena posición para reagrupar a una organización que, en las primarias, ha demostrado tener en activo a más de dos decenas de miles de afiliados. Una buena posición, también, para abrir la política de los socialistas a la sociedad, a sus demandas, sus esperanzas y sus organizaciones, con el reto de articular un bloque de progreso frente a la hegemonía, todavía sólida y correosa, de la derecha. Debería contar para ello con la colaboración de la izquierda civil, plasmada en una confección de listas que combinara el equilibrio intrapartidario y la apertura a la sociedad. Sería bueno, en fin, que algunas críticas mediáticas viscerales, evidenciadas durante la campaña, pasaran a beneficio de inventario porque la ofuscación y el pánico ante lo nuevo suelen hacer estragos en los tiempos de cambio.

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