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Lengua poliédrica

Es la costumbre como cada año. Y a la costumbre se acude, pues no todo es política, según dijo el lúcido Mariano José de Larra. Y son, por estas fechas, esos miles de jóvenes valencianos que acuden a las PAU, a las Pruebas de Acceso a la Universidad. Es el alboroto y la sangre nueva, zalamera o introvertida, ilusionada o preocupada, desorientada o alegre. Les espera a corto plazo la Universidad, el trabajo o el paro; y viven envueltos en sus tensiones personales, familiares o ambientales. Son un encanto y una reflexión, incluso para el uso del valenciano. Porque los nuestros, además de realizar sus pruebas de Filosofía, Lengua Española, Lengua extranjera, obligatoría 1ª y 2ª, y optativa 1ª y 2ª, se examinan también de valenciano. Es normal y adecuado, porque vivimos donde vivimos, porque consideramos el valenciano un bien patrimonial que se ha de cuidar y usar, y porque así lo establecen nuestro ordenamiento y nuestras leyes autonómicas propias. Ninguna objeción se le plantea al respecto al ciudadano valenciano e hispano con una cierta convicción respecto a la recuperación de la cultura autóctona, o respecto a la necesaria convivencia lingüística en un plano de absoluta igualdad con el castellano. La objeción puntual, pero importante, aparece cuando se observan procedimientos inadecuados que lleven a esa convivencia y recuperación lingüística. Y es que, en los alumnos y alumnas que se examinan de valenciano, no se pretende constatar, en las pruebas y ejercicios, su capacidad expresiva o comprensiva en valenciano, sino demostrar que tienen unos conocimientos de lingüística o sociolingüística determinados. Y eso, un año y otro año: costumbre. Quizás los encargados universitarios de elaborar las pruebas las preparen mirando siempre de soslayo a esos periódicos decanos, tan valencianos y tan secesionistas, que distorsionan la lengua de Sant Vicent Ferrer. Quizás. Pero no es justo ni normal que a un mozalbete, que tiene que demostrar que habla, escribe y comprende el valenciano, se le exijan los conocimientos de un lingüista o la sabiduría de un filólogo. Aprender una lengua es aprender a hablar, leer y escribir. Si es la propia, es también usarla. Así, por ejemplo, los responsables de las pruebas de valenciano en las PAU saben que exponer en una redacción que hay razones geográficas o sociales para que los jóvenes digan unas veces mear y otras orinar, o para que en Castellón se le llame al maíz panís y en L"Horta dacsa, es fácil. Enredar a nuestros preocupados, divertidos jóvenes con textos -como el que les presentaron este año y es similar, por costumbre, al presentado en años anteriores- con textos, digo, tan amenos y polisistemáticos, con tanta Koiné poliédrica, con tanto estándar y subestándar lingüístico, con tanto eje diacrónico, diatópico, diastrático y diafásico homogeneizador y deshomogeneizador del valenciano, puede llevar al aburrimiento y la indiferencia entre la sangre joven que, a lo mejor, realizan las pruebas para acceder a la escuela de forestales. Los responsables de la elaboración de las pruebas de valenciano en la Universidad de Valencia o en la Politécnica tienen en sus manos el barómetro y los resultados: el número de alumnos que redactan su comentario de texto en valenciano es absolutamente ridículo frente a los que lo hacen en castellano. No todo el viento contrario a la normalización en el uso del valenciano procede del secesionismo lingüístico.

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