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El carrusel de los "tíos vivos"

A Rafael Sánchez FerlosioDesde el comienzo de esta década, la tan traída y llevada movida madrileña ha acentuado su impulso orbicular hasta convertirse en un círculo casi perfecto de caballitos que giran en danza, suben y bajan, con distintas máscaras, en medio de una claque orquestada y los aplausos del público: es el carrusel de los tíos vivos.

De presentación en presentación, de mesa redonda en charla, de programa televisivo de alto nivel a radiofónica e inspirada tertulia, los carruseleros cuidan más de su imagen y desmesurado ego que del contenido, muy secundario, de sus discursos. La identidad icónica laboriosamente forjada con semiesquinados perfiles, milagrosas curas de rejuvenecimiento, levitones académicos, poses de grave estilista, oropeles de gala, animales domésticos, oculta así los juegos inanes de autorrealización y la reiteración de unas obras gastadas hasta la trama y presentadas no obstante como novedad exquisita.

En una primera acepción, hoy olvidada, el término pensador significaba "el distribuidor de pienso al ganado", antes de adquirir, mucho más tarde, el noble sentido de "quien se dedica a estudios profundos". En un país en donde la charanga, el vocerío y bullebulle saludan a diario a quienes, encaramados en sus monturas, dan vueltas y vueltas alrededor de la máquina giratoria como en rodeo vaquero o pasodoble taurino, creo que la acepción hoy olvidada debería recuperar su legítimo uso. El pensum distribuido a los diferentes sectores del público se adapta en verdad a unos gustos poéticos novelescos, sociales y artísticos configurados por los medios de comunicación y el gremio servil de los comparsas y monaguillos humildes.

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Lo que antes definía al intelectual, escritor y artista -la busca desinteresada del saber, los "trabajos y días" sin rentabilidad inmediata ni siquiera visible- no rige ya -salvo en casos excepcionales como el de Rafael Sánchez Ferlosio- en el real de la feria en el que se exhibe, ocupa sin descanso la escena, sube y baja, siempre en órbita, el elenco vistoso de los tíos vivos.

Una mirada atenta al mismo nos descubre no obstante algunos cambios rápidos de secuencia: de vez en cuando, un carruselero, alevosamente descabalgado de su montura, cae en las tinieblas del no-ser y es sustituido al punto por otro, aupado allí por un poderoso padrino; las carátulas y disfraces se renuevan periódicamente; los cursillos mediáticos obran milagros; las diferencias políticas se borran en favor del pragmatismo y compadreo; los gatos y perrillos falderos mueren y son objeto de elegías sublimes. En tiovivos clónicos, el oficiante de hampón y toda la tropa ejemplar de literaria bellaquería se aferran a sus caballitos con anhelos de fama y luz. Más lejos, en los márgenes del real, otros pensadores y artistas "ponen tienda de sus obras" y, como diría el autor de la Carajicomedia, "baten muy bien su cobre".

Muy naturalmente, el observador ajeno al relumbre cegador de esos agasajos se pregunta, admirado, cómo disponen de tiempo tales maestros para componer novelas, tratados, poemas y artículos sabihondos en medio de un vertiginoso y continuo zafarrancho.

La esmerada elaboración de la propia imagen y la administración no menos cuidadosa de la misma, ¿son acaso compatibles con la soledad y el recogimiento indispensables al creador? O, en otros términos: ¿son los caballistas del tiovivo verdaderos escritores y artistas, o meros actores de buen porte e impecable carátula, funámbulos del gran arte de seguir como sea en escena?, ¿gente consagrada al estudio de sus correspondientes materias, o activos suministradores de pienso homologado a las normas de la Unión Europea?

Claro está que el Parnaso ha sido siempre una palestra de fintas, abrazos, luchas y golpes bajos con miras a obtener y acaparar el poder literario: el ninguneo teatral de Cervantes por Lope de Vega, las insidias de López de Úbeda a Alemán, los dardos envenenados a Góngora de Quevedo son buen ejemplo de ello. Y, además, toda época ha tenido, como la de mi niñez, sus Mallorquís, Rafael Pérez y Pérez, Pombo Angulo -¡propuesto de modelo a Sánchez Ferlosio por un editor célebre!-, Muñoz Alonsos. Por ello, en la era mediática y reino de lo virtual en los que vivimos, no cabe el asombro, y hay que concluir, sin melancolía, que las preguntas antes formuladas son propias de un grupo exiguo, condenado por la mercadotecnia y, en realidad, casi extinto: el de los extra-territoriales, sin privilegios pero sin amo, no sé si guanches o moradores de aquellas "Yndias erradas y malditas"

Juan Goytisolo es escritor.

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