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Raza

E. CERDÁN TATO El planeta es un apostadero del terrorismo islámico. Sus fieles se instruyen en la desolación de los parajes bíblicos, con escorpiones y explosivos de plástico; o en una mansión de Beverly Hills abrevando martini dry, antes del pase privado de la última película de piratería aérea. Probablemente, algunos pasajeros del Boeing 727, secuestrado en vuelo y aparcado, durante tres horas y media, en Manises, advirtieron la misteriosa e impalpable frontera entre la ficción y la realidad, cuando un hombre alto, moreno y de bigote abundante amenazó con meter en el pasapuré del amosal al avión y a toda su estiba humana. En tan angustioso y terrible trance, debieron encenderse viejos avisos de cruzada: la identidad de aquel sujeto ofrecía pocas dudas. Hasta el delegado del Gobierno en Valencia declaró que los criminales "podían ser árabes". Si Isabel y Fernando diseñaron España y el DNI, Maastricht puso una cosmética de fantasía: por el alambique de la moneda única, los vecinos branquicéfalos de este imperio mestizo, de cueros tostados y mirada oscura, fueron a dar en la caldera de las esencias: rubios, con ojos azules y una piel suave y rosada. Desde las nuevas y rutilantes señas, ¿cómo imaginar que el delincuente aceitunado tuviera origen extremeño, andaluz, manchego o valenciano? Por eso, cuando se supo que era sevillano, universitario, de familia acomodada y que padecía ciertas alteraciones psíquicas, hubo un sensible estremecimiento de horror: una filiación así no encajaba con el frustrado secuestro del Boeing 727, más que por el trastorno anunciado. Un español con el marbete de la UE no puede cometer acciones tan abyectas. La tragedia de Pereruela de Sayago llegó oportuna y desgraciadamente a encalmar los ánimos y a iluminar la tradición: tres asesinatos a escopetazo limpio y a golpes de azada y un suicidio, avalaban un suceso rural, con abundancia de sangre y al viejo estilo. Era condenable, pero comprensible. Era cosa de la raza, de la España negra, pero de la España, al fin. En tales sucesos hay sordidez y hasta estética de Goya, de Solana; pero no hay perversión ni espectacularidad. De tan habitual, el episodio apenas si dio para algunos comentarios.

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