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Tribuna
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La pesadilla

Lo peor no es que nos hayan eliminado del Mundial de Francia, lo más terrible es que no sabemos por qué. Hace años, cuando teníamos formada una modesta opinión sobre la selección nacional, habríamos podido aceptar, mal que bien, este desenlace pero ¿qué pensar de nosotros mismos cuando el fracaso refuta tan estrepitosamente nuestra fe? ¿Hemos perdido el sentido de la verdad? ¿Nos hemos cegado con resultados falsos? ¿Nos hemos hecho un lío con lo que es el fútbol hoy?Una tesis, no descartable, es, ciertamente, que el equipo juega de manera muy antigua. El entrenador es tozudo, impermeable pero sobre todo muy antiguo y no ha dejado que las nuevas ideas penetraran en sus postulados ni en los de su entorno. El presidente de la Federación, por ejemplo, también ha repetido señales de gran desavisado y, en general la dirección del conglomerado parece atravesar momentos de desorientación. ¿Es esta la razón de que nos eliminen? ¿Puede esta circunstancia federativa explicar la vejación?

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Unanimidad ante el desastre

Clemente y Villar, Villar y Clemente, harían bien en dimitir conjuntamente hasta que se pusiera en claro cómo ha sido posible urdir la fabulación de que íbamos a ganar la Copa del Mundo. Pero después no deberían regresar más. Puede que haya habido épocas más deslucidas del conjunto nacional pero ninguna ha registrado un colofón tan infausto. En el país donde, mediante la Liga de las Estrellas, se desarrolla el mejor fútbol del mundo, los jugadores locales no saben ni vencer a Paraguay. ¿Será pues la razón de nuestra derrota el bullicio de jugadores extranjeros que pueblan la competición? Tampoco se sabe.

De una parte es cierto que los extranjeros desplazan a los españoles pero ¿por qué si los españoles fueran mejores no desplazarían a los extranjeros aquí y fuera de aquí? Conclusión: los futbolistas españoles no son mejores que los extranjeros; incluso es necesario contratar marroquíes, franceses, rusos, serbios, uruguayos y senegaleses para que se anime el Campeonato. ¿Estábamos pues despistados sobre el valor de lo que estimábamos la mejor hornada del fútbol español de toda la historia? Tampoco lo podemos saber.

Si al menos los árbitros hubieran sido injustos, si al menos se hubieran lesionado tres o cuatro, si al cabo Zubizarreta hubiera repetido su fallo una o dos veces más, a estas alturas tendríamos de qué valernos. Lo peor de lo que nos pasa ahora es, como decía don José Ortega y Gasset, que no sabemos lo que nos pasa y eso es lo que nos pasa. Que no podemos pasar este trago sin encontrar una razón cabal. Y es entonces cuando aparece el sentido trágico de la vida, la idea de que nos corresponde la desdicha, nos pertenece el revés, nos ama la frustración. Con lo cual empezamos, como hace un siglo, a pensar negativamente, a dolernos España y a iniciar mediante la tristeza el bucle de un nuevo fracaso. ¿Es ésta la última y latente explicación? Tampoco. ¡Estábamos tan contentos, tan ilusionados, tan seguros, antes del 2-3! ¿Entonces? Entonces hay que empezar otra vez: no entendemos nada, no contamos con nada, no hay historia de nada, no ha existido el Mundial. Efectivamente: todo es pesadilla.

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