Canta y no llores
Montserrat Caballé y Montserrat Martí Arias y canciones. Montserrat Caballé y Montserrat Martí, sopranos. Manuel Burgueras, piano. Palau de la Música, Sala Iturbi. Valencia, 22 junio 1998.Aburrido es en todo caso un adjetivo suave para calificar este concierto, uno más entre las múltiples demostraciones del triste estado vocal de la antaño gloriosa diva Montserrat Caballé. Bien sea por razones familiares, o por falta de autoestima profesional, Caballé está prolongando artificialmente una carrera que terminó hace ya años. Montserrat Martí, por el contrario, se halla en los albores de una carrera prometedora, habida cuenta de las cualidades eminentemente líricas de una voz en cuya preparación técnica pesan demasiado la mimesis y la tutela maternales. La joven soprano tiene un formidable registro agudo, límpido de timbre y con un atractivo vibrato, que en muchos momentos me recordó a la joven Beverly Sills. Pero Montserrat es gélida en la expresión dramática y su fraseo resulta tan poco inteligible como siempre lo fue el de su progenitora. Martí canta bien las notas, pero no transmite el contenido que éstas encierran. Tampoco posee aún los recursos belcantistas que exige un aria como O quante volte. La mesa di voce parece no existir para Montserrat Jr. Las notas picadas que tanto entusiasmaron al público en la cadenza de El cabo primero fueron intercaladas entre sonidos guturales que la buena escuela de canto rechaza por gallináceos. Algún portamento de la Martí tuvo más de deslizamiento involuntario de la voz que de canónico. Todo ello hace pensar que nos hallamos ante una cantante con posibilidades, siempre y cuando el glamour creado por el clan familiar no la haga naufragar entre algodones. Olvídese Montserrat Martí de su ascendencia, y láncese a profundizar en el estudio del canto. Nada se le va a regalar en este difícil mundo de la ópera. Sería triste que su estrella naciente se apagara cuando desaparezca el poder que aún hoy ostenta el clan. Suena muy duro, pero la joven soprano no debería experimentarlo a fuerza de llanto, cuando sea ya demasiado tarde.
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