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Reportaje:

"Chuchos" de competición

Fue un día de perros, en el sentido literal del término. Pero, por una vez, los protagonistas fueron los canes y no su pedigrí. Se valoraba tanto la personalidad del animal como sus características físicas. Unos 300 canes mestizos, el doble que los del certamen del año pasado, compitieron ayer en el Hospital Veterinario Sierra de Madrid, en el II Concurso de Perros Sin Raza que organiza la Asociación Nacional de Amigos de los Animales (ANAA). Esta agrupación cuida de 130 perros en un albergue a la espera de que sean adoptados."No importa que no sean pura sangres. Los perros mestizos son tan bonitos como los de reconocido pedigrí. Si se adopta un perro del albergue, se salvan dos vidas", comentó ayer Pilar Cañizo, presidenta de ANAA. "Además, lo que la gente valora cada vez más es el carácter del perro y no su linaje. Si es cariñoso o no, si es listo o un desobediente cabezota y maleducado", añadió. Cañizo formó parte del jurado del concurso. Los perros compitieron en seis modalidades distintas. Y los trofeos los entregó el periodista Jesús Hermida.

El título del Perro Más Grande se lo llevó Harpo, un gigantón cruce de mastín de unos 60 kilos de peso que medía 80 centímetros de altura (se mide desde la garra hasta la base del cuello). De color canela, sus grandes orejas caídas le hacían cara de bonachón, pero no perdona comerse un kilo de pienso al día.

La medalla al más pequeño se la llevó Fanta, una perra de diez meses que es huérfana y vive en el albergue de ANAA. Toda coqueta, y vacunada, espera a que la adopten.

El título al más guapo fue el más competido: cien perros se lo disputaron. La vencedora fue Vilma, una perrita mezcla de sabueso, con las orejas muy largas. Sus contoneos coquetos cautivaron al jurado.

El más chucho fue Yoro, un perro macho de tres años de color oscuro y barbudo. Fue adoptado con ocho meses del albergue de ANAA. Los voluntarios de la asociación le bautizaron así porque lloraba mucho cuando lo cogieron de la calle. Vivía con unos mendigos cerca del Hospital de la Concepción. "Hemos querido premiar al más chucho para que se pierda el valor peyorativo de esa palabra", explicó Cañizo.

Soda, una perrita de un año, demostró por qué ganó el título al perro más obediente: caminaba pegada a la pierna de su amo, se sentaba en cuanto se lo decían y no se levantaba hasta nueva orden. El can más original fue Prissy, una perra gris perfectamente arreglada que fue abandonada por su primera dueña por fea. Su segundo amo, Juan Gutierrez, prefirió acoger a la perra antes que verla vagando por la calle.

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