Pepote, a la sombra de Caín
Los que lo conocen dicen de él que no tiene otra aspiración que la de ser querido. Es ésta una pretensión muy sencilla y común, compartida por la mayor parte de los mortales, pero que se convierte en imposible cuando el que tal cosa pretende es un dirigente del PSOE de Sevilla, organización que más que un partido político parece un parque temático erigido a la memoria de Caín en el que las normas éticas nada tienen que ver con las de la vida misma y parecen escritas por los guionistas del más febril culebrón. Pero no hay que engañarse. Aunque el de ser querido fuese de verdad su máximo anhelo, José Rodríguez de la Borbolla no tiene precisamente una mirada de San Bernardo bonachón, capaz de aguantar resignado cualquier maltrato y de seguir mendigando ternura sin desmayo. En los ojos de Rodríguez de la Borbolla se adivina un brillo de astucia y picardía, que delata que no es, ni mucho menos, un ser inofensivo, que más de una dentellada ha debido de pegar en el pasado, que más de un cadáver político ha ido dejando a su paso y que el odio de sus rivales no debe de estar exento de fundamentos. Pero es inútil pretender trazar en este espacio la historia de las guerras del socialismo sevillano en las que se ha visto envuelto José Rodríguez de la Borbolla. Resulta algo tan complejo, tan lleno de relaciones que son a la vez de amor y odio, de alianzas marchitadas y recompuestas que se vuelven a marchitar y a recomponer una y otra vez que se necesitaría, al menos, un gran esquema tridimensional. Además, este tipo de relaciones son tan obscenas y uno imagina a sus lectores tan cándidos, que más vale pasar por alto los detalles sórdidos de los que no se puede extraer ninguna lección moral. Estudiar las guerras de los socialistas sevillanos resulta tan estéril -y tan nocivo- para la conciencia cívica como inspirarse en los usos de la mantis religiosa para enriquecer la propia vida sexual. Esto no quiere decir que Rodríguez de la Borbolla no tenga amigos. Los tiene y hace tiempo que los viene conservando. Entre otros, son amigos suyos Gaspar Zarrías, Manuel Pezzi o Javier Torres Vela, con los que, además, comparte caseta en la Feria. Detalle éste a tener en cuenta, porque Rodríguez de la Borbolla es, ante todo, "muy sevillano", lo que no es sino un modo de excusar cualquier excentricidad que tenga que ver con la Feria, la Semana Santa, el Rocío, Curro Romero o el Betis. Sólo alguien que sea muy sevillano puede decir como Rodríguez de la Borbolla, sin que nadie se escandalice, que es "más bético que socialista". Es tan sevillano este hombre que pertenece a la Hermandad del Calvario, una circunspecta cofradía nada dada a mistificaciones folklóricas. Durante su presidencia, fue cuando la Junta de Andalucía inició la tutela de todo tipo de romerías, ferias y procesiones. En aquellos años, de los mítines del PSOE andaluz desaparecieron los cantautores y surgieron auténticos espectáculos en los que estrellonas como Rocío Jurado iban plantando besos a los líderes socialistas bajo la imagen del puño y la rosa. Rodríguez de la Borbolla pertenece a una vieja familia sevillana en la que ha habido relevantes científicos, como su padre, o políticos, como su bisabuelo, que fue cuatro veces ministro con Alfonso XIII, o su abuelo, diputado en el Congreso y alcalde de la ciudad. Quizá deba a estos orígenes su facilidad para conducirse con gran campechanía y sin ningún complejo. No le molesta que le llamen Pepote -aunque sus compañeros de partido suelen llamarle, simplemente, Pepe-, acostumbra a ir por Sevilla montado en un ciclomotor y fue de los primeros hombres heterosexuales que popularizó el uso en público del abanico. Mientras fue presidente de la Junta de Andalucía, y al contrario que otros presidentes autonómicos y que la mayor parte de los dirigentes del PSOE, no se mostró nada partidario de la pompa y la farfolla: no usaba apenas las salas de protocolo de los aeropuertos y no era raro encontrárselo en los atestados autobuses que llevaban a los pasajeros desde el avión a la terminal de Sevilla, en aquellos años en los que el AVE era aún un sueño. La leyenda dice que la aeronáutica tuvo algo que ver con su caída en desgracia, al resistirse a formar parte del "escuadrón de honores" que todos los viernes iba al aeropuerto sevillano a rendir pleitesía al entonces vicepresidente del Gobierno, Alfonso Guerra. Como se ve, no faltan precedentes en la izquierda de lo que ahora le ocurre al presidente asturiano Sergio Marqués, si bien, hay que reconocer que el duelo Guerra-Pepote fue mucho más fino: estos socialistas sevillanos son capaces de lograr hacer pasar por esgrima lo que no es más que simple navajeo. José Rodríguez de la Borbolla cuenta a su favor con la más útil de las virtudes políticas: el tesón. O -según dijo él mismo cuando sufría uno de los peores asedios- de aguantar "más que un buzo debajo del agua". Y en esas anda todavía, trabajándose unas primarias que, de vencer, sólo le garantizarían seguir siendo concejal de su ciudad.
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