Quincallas
Hasta este mismo momento he conseguido pasar días y días sin instrucción sobre lo que se está dilucidando en el Partido Popular del Principado de Asturias. He sabido, sin querer, que un tal señor Marqués desempeña un protagonismo sobresaliente en el conflicto, pero, después de ese percance, he logrado mantenerme desavisado sobre la naturaleza del problema o si el señor Marqués es una persona digna o un mangante, o si la intervención hace unos días de Álvarez Cascos -que también se me coló- iba dirigida a sanear, enconar o emponzoñar las cosas. No tengo juicio alguno ni deseo tenerlo. Siento así un notable alivio mental en el centro de la ignorancia. Más aún: la ignorancia me protege como una tela metálica de los comentarios y como una tela mosquitera, aún más tupida, de las apostillas que puedan picotear mi alrededor. En realidad, gracias a este caso tan pesado he venido a degustar la dicha y la libertad que proporciona no conocer. El gozo de la desinformación como medio para conquistar un espacio holgado, ecológico y fresco, donde disponer de una mirada apta para asuntos más nutritivos y a flor de piel. El paraje cognitivo que se gana gracias a no saber del señor Marqués se convierte, por tanto, proporcionalmente a su tamaño, en un predio de recreo o en un don para la atención ya demasiado atosigada con otros trasiegos parejos. Ciertamente, no se constata cuánto nos viene robando a diario la menuda política nacional, sea en tiempo, lecturas o conversaciones, hasta que, como en el ejemplo del embrollo de Asturias, el tostón se amontona. Entonces se hace evidente cuánto más grata sería la actualidad, la vida nacional y el tiempo entero si las páginas y las emisoras, en vez de prestarles sus altavoces, barrieran pronto de la información los prolongados ruidos de esta insufrible quincalla.
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