Frenéticos
"Haz el amor y no la guerra". Aquél era el lema que aireaba la juventud norteamericana en los finales de la década de los sesenta mientras se ponían ciegos de marihuana en las protestas contra la guerra de Vietnam. La maría fue todo un símbolo de aquella generación rebelde, muchos de cuyos componentes quedarían después atrapados por el consumo de sustancias menos alegres y divertidas.Han pasado 30 años y a nuestros jóvenes aquellas consignas se les antojan añejas y mojigatas. Ahora el lema parece ser "Haz lo que puedas lo más deprisa que puedas". Esa premura imperante es la que está rebajando la edad de la inocencia hasta límites estremecedores. Las primeras experiencias sexuales se confunden ya en ocasiones con los juegos infantiles como un ejercicio mimético y desordenado de las escenas eróticas que tan detallada y exhaustivamente les muestra el cine y la televisión. Una prematura y trepidante quema de etapas que convierte en caótico ese periodo sublime del despertar de los sentidos. Un fenómeno que si en el sexo resulta lamentable, en la experimentación de otras sensaciones nuevas implica riesgos ciertamente alarmantes.
Las últimas encuestas entre los escolares madrileños revelan que la edad media en el inicio del consumo de alcohol ha caído por debajo de los 13 años y que empiezan a fumar antes de los 14. Con ser preocupantes estas cifras -por la incidencia negativa que dichos consumos tienen sobre la salud especialmente en edades tan tempranas-, los datos más inquietantes son los que sitúan la iniciación al cannabis en los 15 años, del éxtasis en los 16 y de la cocaína en los 17. Hay incluso un acercamiento más precoz al mundo de los psicotrópicos a través de los inhalables y que se produce tan sólo a los 12 años. Esa reducción galopante en las edades de inicio al consumo de drogas legales e ilegales no es un fenómeno espontáneo, sino deliberadamente provocado por quienes sostienen el negocio para recuperar en los chicos la cuota de mercado que se pierde en los adultos. En el caso de las sustancias alucinógenas, su generalización entre los escolares constituye en la actualidad el peligro más evidente de que se quiebre la mejora que, en términos globales, estaba experimentando en Madrid el problema de las toxicomanías en los últimos años.
Se da la circunstancia de que aquellas drogas a las que se atribuye un bajo riesgo son las que registran las tendencias más expansivas. Está de moda el meterse de todo, y se ha extendido entre los jóvenes la creencia de que la práctica del policonsumo entraña un bajo nivel de adicción y no plantea tampoco grandes problemas de salud. La ignorancia en este sentido es un peligro que urge conjurar con campañas informativas que den a conocer las consecuencias devastadoras que sobre el organismo tienen esas mezclas explosivas. Es de capital importancia también tratar de frenar el hábito progresivo de ingerir alcohol los fines de semana. Hay chavales con 14 o 15 años que ya no conciben divertimento alguno sin coger previamente "el punto" que les proporciona el dar cuenta de unos botellones de calimocho o cualquier otro brebaje etílico. Los expertos consideran que si esa conducta indeseable de viernes y sábado pasara a tener una mayor continuidad y frecuencia extendiéndose a otros días de la semana, entraríamos en una fase de no retorno de consecuencias insospechadas.
Todo lo expuesto nos lleva a la conclusión de que hay que actuar y hacerlo de forma contundente. Con esos datos en la mano, resulta imprescindible revisar con carácter inmediato las edades en las que han de incidir las campañas de prevención de las toxicomanías. Programas diseñados fundamentalmente hasta ahora para chicos de 14 años en adelante y que habrá que rebajar hasta los 10 años para que no resulten demasiado tardíos. Hay que estimular, además, otras alternativas de diversión que permitan a los adolescentes escapar de la espiral de hábitos indeseables que les arrastra. Y desmontar en lo posible el negocio maldito de los que viven marcándoles un ritmo endiablado y frenético. El lema sería: "Haz lo que quieras tú, no lo que quieran ellos".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.