Esplendor en la hierba
JAVIER MINA Vivimos inmersos en el césped sin darnos cuenta, pero a nada que nos fijemos, veremos cómo nuestra cabeza va rodando por ahí pateada por veintidós pares de botas. Que provengan de pies multimillonarios e imberbes no cambia gran cosa porque el fútbol no es sino la guerra por otros medios. Pitigrilli ya avisó que lo único que le gustaba del deporte del balón era cuando la emprendían a puñetazos con el árbitro, cosa que han entendido muy bien los ingleses, tan dados desde antiguo al desvalijamiento, enviando por el mundo un producto más típico que el queso de Stilton: el hooligan, ese borracho mentalmente difunto, en palabras de algún político británico aficionado quizás al cricket, dispuesto a erigir el puñetazo en el verdadero centro de un deporte que curiosamente se juega con el pie. De alguna manera, los ingleses siempre han destacado por su originalidad, pero no hace falta ser inglés para reventar de chovinismo ni gamberro para empozarse en las trampas del patrioterismo mas sentimental.¿Qué ocurre, por ejemplo, cuando se ha nacido vasco pero muy vasco? Para empezar, lo primero que se ansía son unos colores con los que poder acudir a la cita mundialista a ver si también se da la talla a pelotazos, saliendo así al paso de la conspiración españolísima que ha estado aguardando durante cinco años para ver cómo la selección de una sociedad perdedora se estrellaba por culpa de los vascos Zubizarreta y Clemente. ¡Ya verán cómo con ellos y otros más les ganamos aunque alineen a medio Madrid y nos pongan de puntas unas úlceras de baja intensidad! Tampoco basta, sin embargo, con ser vasco para llevarse la palma del exceso ni Manolo el del Bombo para vivir como un estruendo la derrota ante Nigeria. Ni siquiera hay que sentirse un Viriato para cerrar la patria al invasor paraguayo ni yogur para odiar fervorosamente al búlgaro.Cualquiera con una camiseta en la cabeza puede conseguirlo. Como se gane el Mundial, habrá mucha hinchada dispuesta plantar una pica en San Mamés, pese al centenario y los afónicos Rolling, mucha torcida partidaria de escarmentar al miope que no ve más allá de su autodeterminación y mucho hooligan de las letras tan airado con que se chupe en dos lenguas como poco inclinado a que le hollen noblemente el tafanario. No hay vuelta de hoja, lo miremos como lo miremos el fútbol es así. Y puesto que no hay quien lo cambie, por más que uno crea dan a la patria contraria, podríamos imaginar una ETA reconvertida a equipo cambiando únicamente la metralleta por la bota a fin de dirimir en el terreno de juego la primacía de un combinado vasco -sin frivolizar- sobre otro. ¿Por qué Etiopía y Eritrea no habrían de solucionar su contencioso al mejor gol average? ¿Valdrá más gastarse el dinero en soldados? Entreveo un mundo mejor donde la guerra deje paso al campeonato, la bomba H al súper-Ronaldo y la ficha astronómica a la ficha hipersideral. Sería magnífico ver cómo los países pobres lo siguen perdiendo todo por no poder no ya fichar a una estrella, sino comprarse la propia impedimenta. ¿Y quién dice que habrá de tratarse de confrontaciones incruentas? ¿Acaso no se producen incluso muertos en los enfrentamientos entre aficiones rivales, no se muere por pánico y aplastamiento en los estadios? Mientras llega ese fausto día ordenemos escarapelas, litronas y turutas junto a la tele. Arrimemos, por qué no, algún libro también, no vayan a tacharnos de incultos. ¿Qué tal un buen superventas trucado? Nadie nos impedirá lanzárselo al burriciego del trencilla que nos acaba de anular otro gol o al malnacido japonés que, no contento con hundir Asia de un golpe franco económico, acaba de meterle el gran plantillazo a Raúl. Más vale que el fútbol no se parece en nada a la vida real y que todo ha sido un mal sueño. Lo que no comprendo es por qué Nike ha tenido que descolgar toda una campaña publicitaria en torno a la República Popular de Fútbol debido al tufillo totalitario que desprendía. ¿Se nos habrá anticipado el futuro?
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