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Un rincón para el penalti

LUIS DANIEL IZPIZUA Hace ya un año que coloqué mi sillita en este rincón para mirarles a ustedes. A veces les saludo con insistencia, pero, bueno, ya sé que soy un poco locuaz y que en ocasiones resultó algo estridente. No debe de ser fácil atender a las efusiones de alguien que mira mientras escribe y que además tararea sus párrafos. ¡Qué le vamos a hacer! Pero, no se crean, a pesar de todo no les guardo rencor. Aunque hoy estoy triste. Bueno, espero que no les moleste que les hable de mi tristeza. No, no, ustedes no tienen la culpa. Es esa maldita emoción que viene de lejos, pero que resuena ahora. Y carece de rostro, de paisaje, de reloj de cuco. ¿Que tal vez venga de la infancia? Acaso sí, pero por más que escruto por ahí no encuentro nada que la explique. Debe de ser más antigua. Quizás una emoción de mi madre cuando me engendró, a veces lo pienso así, de modo que yo vengo a ser el cuerpo de esa emoción. ¿Algo aún más remoto, tal vez? No lo sé, pero se apodera de mí, me ocupa, y en esa lejanía en que me instala, me veo obligado a darle satisfacciones. Ahora mismo, ella y yo escuchamos la Sonata nº 2 para violín y piano en re menor de Schumman. Cosas así nos calman. Bien, ya está. Vuelvo a sonreír aquí, en mi rincón. Yo quería hablarles hoy de poesía. Hace tiempo que me siento en el rincón con esa intención, pero siempre hay alguna cosa que se cuela y frustra mis buenos deseos. El partido de fútbol entre España y Nigeria, por ejemplo. No soy nada aficionado al fútbol, ustedes ya lo saben. Pero me venció la curiosidad, y vi la segunda parte del encuentro. Yo, en principio, quería que ganara España, aunque sólo fuera por el espíritu de Chantilly, que decía mi amiga Maite Pagazaurtundua. Pero, a partir del segundo gol de España, empecé a oír y a ver ciertas cosas en las gradas que ocupaban los españoles. Y luego llegaron los olés, que a mí me suenan humillantes, porque no se cantan para levantar el ánimo, sino para remachar el dominio, y huelen demasiado a chulería. Chulería sobre los negros además, y qué quieren, de pronto no pude evitar ver en aquellos nigerianos carnecita recién traída por los negreros. La memoria histórica juega esas malas pasadas. Y hasta me pareció ver a Camilo José Cela en las gradas, y me dije: claro, si el Nobel es así... Pero en realidad, no era él, sino uno de esos señores eufóricos que enseñan el culo cuando están contentos. ¡Vaya! Y al rato oí tambores africanos, y unas melodías que me resultaron cautivadoras. Pensé tal vez algún nigeriano que estuviera escuchando a Schumann en Oshogbo no sintiera lo mismo que yo, y aborreciera aquellos tambores porque igual sonaban a guerra, y le parecieran encantadores los olés. Pero cuando los nigerianos marcaron el tercer gol, y vi en las gradas aquella danza verde al ritmo de los tambores, me rendí por completo. A los instintos primarios, pensarán ustedes. No, no, qué va, era el tacto ondulante de la divinidad, y , lo siento mucho, pero no es lo mismo. ¡Ay!, yo era ya nigeriano, y lo hubiera sido también si los nuestros en lugar de tener enfrente a la selección española hubieran tenido a la selección de Euskadi. No me cabe la menor duda de esto último. Para tener tanta certeza, me basta recordar esa foto de nuestros parlamentarios vestidos con camisetas deportivas de no se sabe qué. Aunque ahí hubo un buen penalti previo, como fue la participación de los parlamentarios de HB en un debate parlamentario. Y no veo razón alguna para que no sigan haciéndolo, ni para que no lo hubieran hecho antes, con lo cual todas estas patrañas de la ausencia de diálogo vienen a mostrar su inanidad. A no ser que se vea la cosa como se ve a un niño que no come, no porque no tenga comida, sino porque no quiere comer y tira los platos, y la abuela grita ¿qué podemos hacer?, y le promete una propina si come, y el niño sigue sin comer, etc. Hasta en eso me quedo con Nigeria. Allí, cuando no comen es porque no tienen que llevarse a la boca. Me lo ha dicho, via e-mail, mi amigo nigeriano que escucha a Schumann. Nos hemos hecho íntimos.

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